Roberto Micheletti, designado este domingo por el Congreso para reemplazar al depuesto presidente Manuel Zelaya, ha encontrado un atajo para llegar a la presidencia del país que tanto ansiaba y que las disputas internas de su partido le habían vetado.
A sus casi 61 años, los cumple en agosto, este diplomado en administración de empresas y gerencia en universidades estadounidenses, según su currículum, ha pasado cerca de treinta años en la vida política del país.
Entre 1980 y 2005 fue diputado del Congreso por el departamento Yoro.
Compañero de Zelaya en el Partido Liberal (PL, derecha) tenía todas las razones para ansiar su puesto: perdió las internas del partido con el ahora depuesto presidente en las pasadas elecciones de noviembre del 2005.
Tampoco tuvo mejor suerte en el último intento cuando tuvo que maniobrar para que no lo afectara el reglamento que impide a los presidentes del Congreso aspirar a la presidencia de la República.
Volvió a perder en las internas contra Elvin Santos, vicepresidente de Zelaya, con su partido dentro del partido: el Movimiento Liberal Micheletista.
Este cacique de la política hondureña, marcada por los grupos de poder que tanto denostó Zelaya, ha tenido que esperar a la crisis provocada por la decisión del presidente constitucional de convocar a una consulta popular para este domingo para ver cumplidas sus aspiraciones presidenciales.
La consulta, que había sido declarada ilegal por la justicia, pretendía abrir la vía a una reforma de la Constitución y con ella la posibilidad de reelección de los presidentes.
Muchos se han sorprendido de la facilidad con que Micheletti fue elegido por el Congreso como presidente hasta que concluya la legislatura actual, el 27 de enero, cuando tampoco es santo de devoción de la otra gran formación del Parlamento, el Partido Nacional.
En su discurso de investidura, dio su propia versión de los últimos acontecimientos y dijo que no había sido un golpe de Estado, sino que se trató de un «proceso absolutamente legal» para sacar del poder a Zelaya, que con su giro a la izquierda y sus amistades peligrosas con el presidente venezolano Hugo Chávez, alarmó a la conservadora sociedad hondureña.
Micheletti prometió que organizará las elecciones del 29 de noviembre y entregará el poder al vencedor en enero.
La comunidad internacional cerró filas en torno al derrocado presidente hondureño, Manuel Zelaya, mientras la mayoría de sus compatriotas pareció reaccionar con indiferencia y hasta con simpatía frente a un golpe, calificado por las nuevas autoridades como un «proceso absolutamente legal».
«Pasó lo que tenía que pasar», dijo el destacado jurista hondureño Germán Leitzelar, después de que un grupo de militares irrumpiera el domingo al alba en la casa del presidente constitucional para secuestrarlo, derrocarlo y enviarlo a Costa Rica.
«Llego a la presidencia de la República no por un golpe de Estado sino por un proceso absolutamente legal tal como está contemplado en nuestras leyes», dijo Roberto Micheletti, titular del legislativo, al ser investido por el Congreso como sucesor del presidente, en una decisión que parecía previamente acordada.
El país atravesaba por una crisis política profunda y una crispación creciente por el pulso que se habían lanzado los diferentes poderes del Estado hondureño.
Zelaya, que ha dado un giro a la izquierda irrumpiendo en la conservadora sociedad hondureña como un agitador peligroso, amigo del venezolano Hugo Chávez y de sus adláteres del Socialismo del Siglo XXI, estaba dispuesto a realizar una «revolución pacífica» imponiendo una democracia participativa.
Pese a las numerosas advertencias que le habían lanzado en los últimos días los militares y el Congreso, que llegó a barajar el viernes su inhabilitación, Zelaya mantuvo su decisión de realizar el domingo una consulta popular que le diera luz verde a su proyecto de convocar un referéndum, el 29 de noviembre, con el fin de reformar la Constitución y permitir la reelección presidencial.
Zelaya había aparecido el sábado relajado ante el cuerpo diplomático internacional, al que le lanzó una arenga a favor de la democracia participativa y la inclusión de los pobres en el proceso democrático del país, en manos de los influyentes grupos de poder.
La rapidez con que actuaron todos, los militares, que cumplían órdenes judiciales, y el Congreso, que rápidamente designó a Micheletti como sucesor de Zelaya en la presidencia, hizo sospechar de un escenario que, según afirmaron los rumores, debía haber ocurrido el viernes y que se pospuso para el domingo.
«No es posible que fuera tan espontáneo», dijo un diplomático acreditado en Tegucigalpa.
Muchos miembros del Partido Liberal, al que pertenecen tanto Zelaya como Micheletti, y el Partido Nacional «nos dicen que se han sorprendido» pero rápidamente se pusieron de acuerdo para designar al nuevo presidente, afirmó otro diplomático.
Los golpistas incluso tuvieron planeado callar a los medios de comunicación públicos, favorables al gobierno de Zelaya, y a los críticos como la cadena norteamericana CNN, a la que sacaron del aire en cuanto puso en duda la versión oficial de la renuncia voluntaria del presidente constitucional.
Micheletti llega a ocupar la presidencia luego de una larga batalla. Tuvo que maniobrar para que se le levantara el impedimento de ser candidato, algo incompatible con su cargo de titular del Congreso.
Y cuando había obtenido la luz verde, se frustró al perder las primarias de su partido, resultado que lo dejaba al margen de la presidencia hasta el golpe del domingo.
¿Qué opina el ciudadano de a pie del derrocamiento de Zelaya? A juzgar por los pocos centenares de personas de organizaciones sindicales y sociales que acudieron a la casa presidencial a manifestarse el domingo, no parece importarles demasiado.
«Todo el mundo piensa en Venezuela y eso no puede ser posible», resumió Wilmer, un taxista de 24 años, en alusión a la creciente proximidad de Zelaya con Hugo Chávez. Wilmer fue contratado por el gobierno para acarrear gente a las urnas. Y seguro se quedó sin los 90 dólares que le habían prometido.
Sólo el poderoso sindicato de enseñantes ha anunciado huelgas y cortes de carretera para protestar.