¿Dónde quedó aquel médico prominente del Memorial Hospital de Houston, Texas? ¡Ay! ¡Dios mío! Pero si parece que me estoy inventando aquella figura ante la cual desfilaban cientos y miles de guatemaltecos para que el casi milagroso doctor Espada los atendiera.
Con una palabra quedaba solucionado el problema que desde aquí acarreaba la gente. Una vez diagnosticado el paciente que viajaba en caravana con parientes, entraba a exámenes y luego al quirófano. Aquel afamado galeno era seguido de 10 a 15 médicos practicantes que caminaban detrás de él, como Jesús con sus discípulos.
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¿Quién iba a pensar que aquel hombre probo, un mal día haría mancuerna con semejante candidato a la Presidencia? ¡Dios! Es de no creerlo. Si a mí alguien me hubiera dicho hace diez años que esto iba a suceder, juro que jamás le hubiera dado crédito. No es para menos. ¿Dónde quedó aquel hombre culto, de solvencia moral, prestigio profesional, autoridad calificada?Â
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¡Ahora véanlo! Convertido en pareja de fórmula con un delincuente, que destruyó a su pueblo. Convirtiéndola en tierra de nadie. Pueblo sin ley. ¡Jesús del gran Poder! Con semejantes calificativos se conceptúa como novela barata del Oeste. ¡Hasta dónde hemos llegado! Â
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¿Y… si apareciera el fantasma del Dr. Fuchs? ¿Ya se puso a pensar qué opinaría su suegro de usted, Dr. Espada? ¿A que se le caería la cara de vergí¼enza? Porque algunas veces todavía da señales de no haber sido abandonado por esa gran consejera que es «la vergí¼enza».
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No le dé la espalda a su pueblo. Usted avaló con su nombre a un fantoche. Y el títere resultó ser usted. ¿Quién lo mira y quién lo vio?  Siento pena ajena por usted, doctor.  Quién sabe y todavía esté a tiempo de ser salvado por la historia. ¡Salve a su Patria! Piense por un instante que Guatemala es un gran hospital y usted el director del organismo. Tome las riendas de la institución y salve a sus pacientes de una agonía perenne. Â
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¡En sus manos está! Hágalo antes que se revierta la tortilla y pare en el exilio. Vea, doctor:  -«Cuando la casa de tu vecino veas arder, tus barbas en remojo debes poner».-