Pareciera como si todo el tema de la CICIG ha sido abordado con la intención de hacer campaña negra en contra del candidato de la UNE y al menos en lo que a mí respecta, eso es absolutamente falso porque no he inventado nada ni he actuado bajo de agua. De manera clara critiqué el voto de los diputados de ese partido en la Comisión de Relaciones Exteriores que, a mi juicio, hubiera bastado para alejarlos de la entidad, pero agregué el detalle de la participación en una fiesta de cumpleaños de quienes habían actuado en el ataque a mi hijo.
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Ese vínculo no constituye, en sí mismo, delito, puesto que ni siquiera a los mejores amigos de Al Capone se les podría haber procesado por el simple hecho de departir con él en una fiesta o de agasajarlo. Por eso contradije a El Periódico cuando dijo que yo había responsabilizado a Fajardo por el atentado. Pero ese detalle (el de la fiesta), cobró relevancia cuando se produjo su voto contradiciendo la supuesta línea del partido a favor de la CICIG, porque si bien su amistad con los atacantes no es delito, es obvio que existen vínculos y tal fue mi afirmación tajante, de la cual nunca me he retractado ni lo haré.
Aun si Fajardo pudiera realmente renunciar al antejuicio, cosa que no es legalmente posible, no hay hechos que le incriminen como autor material o intelectual del ataque, por lo que pedir pruebas me recordó tanto aquella expresión que tuvo conmigo Ramiro de León Carpio cuando me pidió prueba documental de los trinquetes que él y yo sabíamos que estaban ocurriendo en su gobierno. Con Héctor Luna Tróccolli, actual colaborador de La Hora tuve un buen zipizape en ese tiempo, porque hay cosas que no se pueden probar documentalmente, pero que un estadista no puede pasar por alto. Si un Presidente espera pruebas para proceder contra un ministro corrupto terminará apañándolo, porque sucede que los pícaros nunca dejan huella y saben cómo borrar las pruebas.
Ocurre que cuando uno tiene una vida apegada a valores fundamentales que han regido su comportamiento, ciertos actos de doblez resultan inaceptables. Y ratifico mi criterio de que como guatemalteco sigo pensando que si bien la CICIG no será la solución a los males de la impunidad, es una gran ayuda que nos permitirá avanzar en investigaciones serias para combatir ese flagelo. Repito que he sido duro en criticar a los que por razones obvias se oponen a la CICIG, así como he sabido respetar a quienes tienen objeciones que son válido tema de discusión y debate. Las razones obvias son las que más preocupan y las que reafirman el criterio y la idea de que si tanto interés hay en torpedear a la Comisión, al punto de mandar al chorizo hasta la línea pública del partido que puntea en las encuestas, es porque esa entidad algo vendrá a hacer y eso es lo que despierta tanto temor.
Siempre he dicho que este oficio es ingrato y lleno de sinsabores porque uno pierde amistades, cariños y afectos en la medida en que trata de actuar de acuerdo con una línea de principios. También he dicho que a veces uno quisiera mejor ser dueño de una fábrica de chorizos o de calzones. Pero mientras siga escribiendo, lo haré asumiendo los dolorosos costos que implica, porque el día en que no pueda hacerlo así y sienta vergí¼enza porque he callado algo que sentía que debía decir o he inventado alguna falsedad para quedar bien con alguien o para sacar provecho, será mi último día como periodista.