Está recién estrenada como ministra de Gobernación del actual orden de cosas la señora Adela de Torrebiarte y, por esa razón, entre la opinión pública hay cierta expectación.
Y es que el penoso estado desdoroso de la decantada «democracia», por demás caótico y punto menos de que anarquía total, prevaleciente en el país, es como para esperar que se adopten medidas urgentes a tono con las circunstancias.
A lo largo de la historia republicana de nuestro país es la primera vez que el capitán de la nave gubernamental confía a una dama las tareas de cuidar la milpa en toda la superficie de nuestra parcela centroamericana.
Como que el feminismo está corriendo pareja con el masculinismo. Dicho en otra forma, el marimachismo (o viraguismo) está pisando los talones al machismo, al punto que poco falta para que le meta zancadillas…
Algunos grupos de la llamada «sociedad civil», al influjo de las soflamas de líderes y liderejos de la politiquería que se estila en nuestro alegre patio, viven derrochando demagogia en sus mítines y demás actos ante quienes los escuchan. Vociferan empleando estos términos como cantos de batalla: Machismo, clasismo y otros «ismos», pero tienen bien cuidado de no sacar a relucir el marimachismo (o viraguismo) que hemos mencionado, el cual está teniendo expresión en reclamaciones de un sector del elemento femenino que pretende estar asistido de los mismos derechos del elemento masculino; sin embargo, casi por lo general, nada se dice claramente en cuanto a los deberes y a las obligaciones de unos y otras…
De acuerdo con el criterio de significados hombres de ciencia que, incluso, con libros muy ilustrativos han enriquecido las bibliotecas en todo el mundo, la naturaleza de la mujer es diferente, muy diferente, en varios aspectos, a la del hombre, tanto es así, por ejemplo, que las féminas no pueden realizar muchas tareas de los hombres.
Ciertos derechos sí, indiscutiblemente, son comunes respecto de los hombres y de las mujeres, más no todos los derechos ni todas las obligaciones. Podríamos seriar comentarios en esta columna y, aun así, no agotaríamos el tema, pero muchas damas de formación académica, en especial, entre otras que en la vida real han acumulado óptimos conocimientos y ricas experiencias, reconocen la diferencia de la pasta de que están hechos los hombres y las mujeres.
Nadie que vaya al paso de los tiempos modernos, de los continuos avances de la civilización, pretenderá que la vida de las mujeres del mundo musulmán transcurra con marcados y groseros contrastes en lo que hace a la (vida) de los hombres. En esa irritada región sí se discrimina radical y brutalmente a la mujer. Basta leer o escuchar las noticias difluentes que disparan a toda hora los medios de comunicación, principalmente los de alcance internacional, para enterarse de cómo se trata a las mujeres en esas lejanas latitudes: Se les obliga a usar ropas negras, negras, negras, desde la cabeza hasta los pies; les está prohibido educarse, trabajar fuera del hogar, asistir a reuniones sociales, salir de sus casas ?salvo cuando es estrictamente necesario?, participar en política, viajar, maquillarse y, en fin, deben llevar una vida como ascética y, virtualmente, a lo fantasmal…
Es comprensible que las mujeres aleguen derechos de ejercer funciones oficiales y privadas como los hombres, de compartir lo que está en el hogar, de participar en actos sociales, pero hay féminas que pretenden tener derecho al libertinaje que caracteriza en lo conductual a muchos hombres, y eso pues… no es moral o ético ni aceptable en absoluto.
Veremos si la señora Adela de Torrebiarte tiene las agallas de la Adelita de los remicheros mexicanos de otros tiempos. Ojalá nos dé buens sorpresas relacionadas con sus actuaciones para frenar con energía, desde luego con la ley en la mano, el despiadado flagelo de la inseguridad como lo está demandado a gritos la sociedad honrada que desea vivir tranquila, en paz, ya no más en el estado de constante zozobra que está como eternizándose en la hora dramática de nuestra infortunada Guatemala.