En nuestra urbe capitalina circulan miles de autobuses urbanos y extraurbanos a toda hora del día y de la noche. En su mayoría, esos armatostes rodantes expelen una asfixiante humareda negra que, como está comprobado científicamente, causa cáncer pulmonar.
Es el aceite diésel, como es sabido, el que produce más humo negro que otros vehículos que zumban dando insoportables bocinazos en las calles.
Hace ya unas dos décadas, las autoridades se preocupaban de ese problema que afecta a los pobladores de este valle de lágrimas, de lagrimitas y de lagrimotas… Ahora como que ya se olvidaron de esas nubes tan negras como las entrañas de los individuos que siegan la vida de hombres, mujeres y niños como si fuere su sangriento deporte…
El alcalde municipal de Guatemala, don Álvaro Arzú, debería adoptar medidas drásticas, con vigencia permanente, contra la nociva nubazón de referencia, secundado por el Ministerio de Salud Pública. ¡Urgen esas medidas para prevenir las enfermedades que vienen afectando a millares de personas de todas las edades y condiciones, principalmente a la pobrería!
Se invierten más fondos al atender en los centros hospitalarios a los pacientes, que lo que pueden ocasionar los gastos al batallar preventivamente contra el humo negro.
El Instituto Nacional contra el Cáncer (Incan) siempre se mantiene como a desbordarse de víctimas que hasta hoy, al menos hasta hoy, la ciencia médica no ha logrado descubrir más que paliativos, pero no curativos, para afrontar ese maldito mal que está diezmando a la población a nivel nacional.
No sólo en nuestra metrópoli, sino también en casi todas las demás ciudades de los departamentos en que está dividido el país, deambulan en el ambiente las nubes que están cobrando miles de víctimas mortales cada año. Oh, ¡qué desventura!, ¿no?
Los presupuestos de estos tiempos que corren y vuelan, como quien dice a alta velocidad, dan margen suficiente para destinar millonadas a fin de encarar con decisión, sin tregua, el gravísimo problema que enfocamos a través de estas líneas. ¡Y para luego es tarde!
Nadie querrá morir sin recurrir a los servicios médicos hasta las últimas consecuencias. Debemos convenir en que la vida no tiene un simple precio millonario o archimillonario, sino un valor intrínseco, inapreciable, muy cristiano, muy sagrado, indiscutiblemente. El acaudalado, por ejemplo –un simple ejemplo– ¿para qué quiere su riqueza material si su salud anda volando bajo irremediablemente?
Por lo tanto, hay que disponer lo pertinente y, urgentemente, respeto de lo que ocurre, por desgracia, a causa del asesino humo negro que está cobrando tantas víctimas en nuestro patio centroamericano, ¡sobre todo entre quienes únicamente están rumiando las amarguras de la pobreza!