Ya no es posible la reforma


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La empresa sueca H&M producía en China, pero ahora traslada el 80% de su producción a Etiopía. Los 300 euros mensuales de salario que pagaba a los trabajadores chinos le parecen excesivos. En el país africano pagará solo 45 euros mensuales.

Xavier Caño Tamayo
Periodista y escritor


En Guatemala, las transnacionales acaparan tierras e imponen monocultivos de caña de azúcar y palma. Como acaparan tierras en África desde hace tiempo y arrojan a las poblaciones autóctonas a la pobreza, como denuncia Intermón Oxfam.

Los sumisos gobiernos de Occidente imponen una austeridad presupuestaria criminal para poder ayudar millonariamente al sector bancario. Y en España los salarios han disminuido 12% de 2010 a 2012. Mientras una innecesaria ley de seguridad ciudadana y otra más innecesaria reforma del Código Penal convierten a la ciudadanía en permanente sospechosa y delincuente por protestar contra las violaciones de derechos que sufre.

Entre tanto, la negociación internacional para afrontar el cambio climático es bloqueada por las grandes industrias contaminantes en la cumbre de Varsovia. Y The New York Times publica que desde la caída del Muro de Berlín se han firmado más de tres mil tratados internacionales para proteger los intereses de las multinacionales. En Namibia, por ejemplo, el Gobierno no puede aplicar las leyes anti-tabaco aprobadas porque la multinacional Phillip Morris lo ha demandado por atentar contra sus intereses.

Un sector financiero desbocado y sin control especula por todo el planeta con todo lo que se mueve. Donde había becas ahora hay créditos, que los estudiantes tardarán años en devolver. Y sólo hay atención sanitaria si se pagan seguros privados. Los medios de comunicación intoxican y manipulan la realidad, mientras la élite económica arremete contra las pensiones públicas en beneficio de fondos privados de pensiones. Incluso el agua y el aire son objeto de especulación. No es arriesgado afirmar que habrá más burbujas financieras. Se ha vuelto financiera casi toda la economía, porque la economía real ya no proporciona los beneficios pretendidos a la reducida clase dominante. Pues es mucho más rentable especular con deuda pública, privada, derivados o futuros que invertir en la economía real, la que atiende las necesidades de la gente.

Entretanto persisten impunes e incólumes los paraísos fiscales sin que ningún gobierno ni organización internacional haga nada para acabar con esos antros que albergan y mantienen oculto y protegido el dinero de la corrupción, la evasión fiscal y el crimen organizado.

En resumen, una verdadera guerra de los ricos contra los pobres.

Como recuerda Teresa Forcades, el capitalismo es incompatible con la vida, con la libertad, con la justicia, con la democracia y con los derechos de las personas. Y por ello cabe concluir que el capitalismo es irreformable. La salida solo puede ser un cambio profundo: una transformación política, económica, social y cultural a fondo. Lo que se suele llamar revolución. No violenta, por supuesto.

Pero hay quien no aprende ni a tiros y cree que con algunas medidas volveremos a la situación de 2006, antes de que estallara la crisis de las hipotecas basura, a la que siguió la crisis financiera tras hundirse Lehman Brothers. Y así, tres cuartas partes de afiliados al partido socialdemócrata alemán (SPD) han votado que su partido forme coalición de gobierno con Ángela Merkel, la principal austericida de Europa. Y un dato revelador: en las elecciones presidenciales de Chile ha vencido la socialdemócrata Bachelet, pero de trece millones y medio de chilenos con derecho a votar, solo lo han hecho algo menos de ocho; menos de la mitad: 41%. ¿Advertencia? ¿Síntoma? ¿Patología?
Pues, como insiste Alberto Garzón, “ya no es posible la socialdemocracia, sino solo el socio-liberalismo al servicio del capital, porque la socialdemocracia hizo suyas las reglas del capitalismo.

De seguir apatía, resignación y miedo, sería una victoria del capitalismo y su insistente falacia de que no hay alternativa, de que no podemos cambiar las cosas. Y sí hay alternativas. El reto es convertir la mayoría social que sufre el saqueo llamado crisis en una mayoría política que consiga poder. Sin pretender formar un frente impecable homogéneo, sino ser capaces de unirse para recuperar la democracia con gentes de otras visiones políticas, sociales o nacionales. Porque es más lo que nos une, la condición de víctimas del capitalismo, que lo que nos diferencia. Lo conseguimos o no rompemos con este modelo predador.