Indudablemente, es un honor ser diputado al Congreso de la República; pero, eso sí, cuando el electorado reconoce cualidades y calidades para actuar con eficiencia y honestidad. No cualquier ignorante osado puede merecer ese honor.
Desgraciadamente, en este semianarquizado país, casi por lo general se lleva a las butacas congresiles a personas carentes de la capacidad que se requiere para representar dignamente al conglomerado que los eligió más que todo por el partidismo marrullero.
Es la politiquería del partidismo la que escoge en forma convenienciera, calculadiza, a los candidatos a las diputaciones por sus «méritos» de politiqueros demagogos que se desgañitan en los mítines ofreciendo este mundo y el otro a la masa popular, que es susceptible de caer, fácilmente, en las redes de esa gente…
Ya está, en fase incipiente, un nuevo jaleo de muchos ruidos tirando a lo alto de la superinflada burocracia, por lo que ya estarán los liderejos relamiéndose pensando en ocupar las chambas disponibles como al mejor postor de la politiquería.
Un considerable número de «padres de la patria» (¡…!), que vienen exprimiendo el archimillonario presupuesto nacional, están dando muestras de pretender la reelección, incluidos algunos que se han exhibido como simples gritones, no como buenos legisladores.
Y es que ya les gustó la dolce farniente por estar succionando las ubres de la vaca lechera (léase el presupuesto estatal); no quieren volver a la llanura, sino seguir percibiendo la friolera de aproximadamente 30,000 pericos verdes, verdes, verdes picoteados por el dólar del norte sin hacer nada positivo para la población.
Hay en el recinto parlamentario del cuento -justo es decirlo y reconocerlo- quienes sí tienen madera de legisladores, no sólo de políticos del partidismo nada grato al pueblo, pero esos «dipus» son una minoría. que se ha sustraído del montón… En otras palabras, son la excepción.
Y los diputados y las diputadas que, sistemáticamente, se han dado a la tarea de sacar los trapos al sol de los encumbrados funcionarios del gobierno, han actuado así para darse visibilidad en la coyuntura electoral que está presentándose, pues querrán continuar en el jamelgo o, mejor, en la alfana de la legislatura, donde se puede disfrutar la vidorra; ¡la gran vida!
Todo un pueblo, podemos decir, ha estado pidiendo que el Organismo Legislativo no tenga tantos diputíteres. Desde cuando constituyó una aplanadora el FRG, fue elevado el número de «legisladores» a 158; por lo cual se han hecho duras críticas, y hay no pocos ciudadanos que, recurriendo a los medios de comunicación, creen que bastarían e incluso sobrarían unos dos o tres ocupantes de curules -como promedio- por cada departamento de la República para aprobar las leyes que se requieren para que las cosas marchen como Dios manda, pero… ¡no se oye, padre!, dicen los diputados como al unísono. íšnicamente los del Partido Patriota que jefea Otto Pérez Molina están de acuerdo con el mencionado desmoche. Otros sólo saben llenar las tripas del mal año a costillas de los contribuyentes al Fisco; sólo saben dormitar y levantar la mano para que pasen las leyes que ni siquiera han leído y analizado, si es que saben hacerlo. . .
Razón han tenido algunos mandamases de aquí y de otros lares para mandar a volar a los congresistas inútiles que sólo saben aprovechar a más no poder la exquisitez que posibilita la gallina de los huevos de oro…
Como todavía no ha arreciado la pelea por la conquista de las apetecidas posiciones del papá Estado, es oportuno alzar la voz ante la ciudadanía para decirle que deben abrirse bien los ojos y la mente para no errar una vez más eligiendo verdaderas nulidades para arrellanarse en los taburetes del Congreso, de la presidencia, de la vicepresidencia y de las municipalidades de toda la República.
Meditemos al respecto para tomar decisiones acertadas en las urnas electorales en honor a Guatemala y al pueblo. ¡Ahora o nunca!, debemos decir para no arrepentirnos demasiado tarde, lloriqueando como mujeres ebrias… ¡Y que perdonen el marimbazo las borrachitas!