Y todo sigue peor y en el olvido…


En Guatemala ya nos acostumbramos, ya convivimos con ello, formó parte de nuestra historia, de nuestro presente y posiblemente de nuestro futuro. Las cosas no se componen, por el contrario, el Estado, con sus instituciones está peor, los ciudadanos nos sumergimos en el olvido y ayudamos con esa indiferencia a convertirnos en cómplices de que no existe ni mejorí­a, ni esperanza, ni confianza, ni tan solo un poco de alegrí­a.

Héctor Luna Troccoli

Es raro acostumbrarse al dolor y a la tristeza, por eso es mejor olvidarnos de todo.

Vea usted lo que ocurre. Se emite una Ley de Acceso a la Información y los funcionarios tratan de no cumplirla y los pocos que la cumplen nos dejan con la boca abierta, asombrados, anonadados, porque en un paí­s de extrema pobreza que se supone el gobierno piensa combatir a través de programas y proyectos cargados de corrupción, existan magistrados de la Corte de Constitucionalidad que ganan al mes Q75,000.00 y que aparte uno solito haya gastado en viáticos y medicinas casi Q700,000 en apenas dos años y pico de su gestión, o que Covial, que junto con Migración, ciertas Organizaciones no gubernamentales que hacen las compras para los programas de cohesión social, y muchas más instituciones sean los campeones en esa misma competencia por continuar con la corruptela y la impunidad que se dio en el pasado y que posiblemente ahora, y por el momento, sea este remedo de Estado el que se gane la medalla de oro.

De combatir la inseguridad con inteligencia, como dijo el Tata: «Mejor ni hablemos». Mueren pilotos, mueren policí­as, mueren niños y mujeres, mueren empresarios, muere mucha gente humilde, los que no mueren por enfermedades que no son tratadas por los hospitales y centros de salud, mueren a balazos. Se atrapa a un marero y el fanático religioso de Gobernación lo califica como el real y verdadero Al Capone guatemalteco y se prohí­be, de improviso y súbitamente, que viajen dos en moto, pero apenas el martes matan a una persona dos que viajaban en moto que circulan tranquilamente porque no se preparó primero un plan de supervisión, control y evaluación previo.

Pero fí­jese usted que si bien, la CC, a regañadientes, publicó sus salarios así­ como la Vicepresidencia (Q136,000 al mes para el Vice),  el Tata, se sorprende enormemente porque no ha sido publicado cuánto es lo que gana, al igual que los «honorables» magistrados de la CSJ, algunos de los cuales aún le rezan a los partidos polí­ticos que tienen representación en el Congreso para que los reelijan,  y los que ya se supone serán los ungidos alardean de una u otra manera de la que será su nueva posición desde el 13 de octubre, con el compromiso formal de no lastimar, ni con el pétalo de una rosa, a los actuales funcionarios hasta que ya estén cerca las próximas elecciones cuando las miradas y sonrisas se dirigirán a otro lado.

Y eso no es todo. ¿Y los 82 millones del Congreso? ¿Y el Banco del Café y el de Comercio, y los bancos gemelos que se «chuparon» varios miles de millones ante la mirada displicente de las autoridades bancarias? ¿ Y los señores de la SAT que lo traban a uno si debe mil quetzales porque son fondos para alimentar a los lagartos? ¿Y qué me cuenta de Eduardo Meyer, Rubén Darí­o Morales, Alfonso Portillo? ¿Y los que ya salieron por «buena conducta» o están próximos a salir para disfrutar de lo que se huevearon? ¡Todos bien gracias!

La Prensa denuncia a diario, religiosamente, la corrupción del ayer y la enorme de hoy, pero nosotros leemos la noticia y nos quedamos esperando que el MP investigue, que el OJ juzgue y condene. Y como vemos no sucede ni sucederá, hacemos lo de siempre, meter nuestras cabezas en el hoyo profundo del olvido. Para terminarla de fregar, aunque como cosa rara esto no es culpa del gobierno, ya se nos viene la llamada  fiebre porcina, sin que estemos seguros que la medicina para curarla pueda llegar a los de más escasos recursos.

Para la mayorí­a de personas que creen en Dios y que tienen fe dirán que ya Dios se encargará de juzgar a unos y proteger a otros, pero, como muy bien lo narró «el maistro» Maco Quiroa en uno de sus fabulosos cuentos refiriéndose a Jesucristo, el hijo del mismito Dios quien  al estar a punto de ser sacrificado nuevamente,  dijo, -lo cual lo puede decir también su Padre Celestial-: «Ahora ya no voy a resucitar para que a todos se los lleve la chingada…»

Amén.