Si todos los guatemaltecos pensáramos en serio la clase de país en que vivimos, seguramente podríamos cambiar los innumerables fracasos electorales padecidos durante tantos años. Para no ir tan lejos, en la actualidad tenemos los mismos problemas de hace cincuenta años.
El transporte colectivo sigue tan deficiente como inseguro; la escasez de agua potable es el denominador común; las vías de comunicación se mantienen en malas condiciones a tal punto, que hay que preguntar antes si es posible realizar un viaje; los desastres «naturales» se repiten por doquier (tal es el abandono que es natural que ocurran); las carencias son mayores que las realizaciones en los campos de salud y educación y de la seguridad ciudadana mejor ni hablamos, porque nunca antes habíamos estado en las actuales condiciones.
Ni por asomo he tocado el tema de la corrupción o de la impunidad, lo que nos ha llevado a vivir en un Estado fallido, lacras que no pueden dejarse de lado a la hora de tomar una decisión electoral pero, que la gran mayoría de la población influida por una mañosa y mal intencionada propaganda, no las toma en cuenta y sólo ve las cacareadas características de los candidatos, que a la postre también resultan en pura farsa.
Como ya se oyen los claros clarines de la campaña electoral para escoger al sustituto de Colom, también ya se escuchan las resobadas frases de siempre: aquel habla bien bonito; fulano no sólo es de carácter sino es bien simpático y nunca falla el reconocimiento de ser «hombre de izquierda», para endilgarle el exclusivo conocimiento de las reales necesidades de los chapines.
Pamplinas, puras pamplinas, a la hora de tomar el timón de mando, ni se les entiende lo que dicen, no tienen la capacidad de un estadista, mucho menos cuentan con una ideología definida, como las evidencias para demostrar sus valores para corregir los problemas que nos afligen. En dos platos, seguimos en las mismas, sin siquiera vislumbrar en lontananza a alguien que sepa a ciencia cierta la clase de país en que vivimos y por ende, su incapacidad para desarrollar la planificación para realizar un plan de gobierno sobre las bases sólidas de conocimiento, honestidad y transparencia.
Para terminar, debo aclarar puntualmente que al decir lo anterior no me refiero a haber recorrido los casi 109 mil kilómetros cuadrados de nuestro territorio, ni de haber realizado las giras electorales politiqueras de siempre. Eso, cualquiera puede hacerlo. Lo difícil está en encontrar, a quien conociendo nuestros problemas a fondo, pueda tomar las mejores y más acertadas soluciones con la honradez y honorabilidad por delante, así como el suficiente valor para ponerlas en práctica. Lo peor que le puede ocurrir a Guatemala en las actuales circunstancias es seguir pensando en los mismos, para caer en el irremediable círculo vicioso de siempre.