La política fiscal, en países con estructura económica que permite la distribución del ingreso, de manera menos concentrada que en Guatemala, puede utilizarse en períodos económicos difíciles, entre otras cosas, como política anticíclica; pero en nuestro país, donde la situación del ingreso es inversa, es necesario prolongar, por un buen tiempo, medidas que hasta hoy se quiere hacer pasar como tales para que puedan producir un aumento en el nivel de vida de la población, pero que son, ni más ni menos, que el intento desmedido y desvergonzado de comprar adeptos para futuros comicios.
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El presupuesto del Estado puede jugar un papel protagónico, si se emplea de forma económica y no política. Sin embargo, uno de los problemas fundamentales que encarna la política fiscal en Guatemala, es que se asigna de la segunda forma y no de la primera. Cosa que no solamente ha ocurrido en este gobierno.
¡Ya se ve venir! Porque en otras ocasiones, las discusiones de las y los diputados oficialistas, respecto al presupuesto del Estado, han estado encaminadas a «negociar» las condiciones para obtener los votos del resto de bancadas, para que el del año siguiente sea mayor que el del que se cursa.
Ahora, obviamente, la estrategia del oficialismo no transita por esa «anticuada» vía, porque a juzgar por los hechos, la jugada está en retrasar la discusión de ese tema en el pleno del Congreso, recurriendo a maniobras como falta de quórum o extensión de interpelaciones con preguntas cuyas respuestas alaben al gobierno, para dejar en vigencia el presupuesto actual, superior al proyecto para 2010 en casi 2 millardos.
Y desde el Ejecutivo, ¡Qué tal! Ya se tiene el discurso populista y amenazante, de que si no se aprueba el presupuesto que requiere, las limitaciones pueden ser tales que, simplemente podrían reducir maestros, médicos, policías, etc.
Esos hechos solamente nos dan y darán más muestras de la férrea actitud de querer gastar al antojo y no a base de un claro interés nacional. En el que, para incrementar la producción, se debe recurrir a la inversión, que en el futuro debiera reportar ganancias para el país, y no al gasto, que es, precisamente aquello en que simplemente se incurrió y no se puede recuperar.
Si el Gobierno quiere continuar con un gasto relativamente grande, como lo ha estado haciendo, debe dar no solo muestras de interés por la transparencia, sino que necesita, en realidad, actuar con la verdad. Porque, como lo explicaba un economista en una charla privada: una manguera puede llevar agua de un lugar a otro en la cantidad necesaria, pero si ésta está llena de agujeros, la fuerza y cantidad con que llegue el recurso a donde se requiere, serán limitadas, y por tanto, el efecto minúsculo.
La similitud es inequívoca. Porque, si se tienen recursos para llevar el desarrollo a la nación, es indispensable sellar esos hoyos (corrupción y falta de institucionalidad), para que aquellos, que a fin de cuentas, todos pagaremos, no se queden en el camino, y el efecto esperado, llegue con prontitud.
Solo de esa forma será legítimo, en mi concepción, la aprobación del presupuesto que solicita el Ejecutivo para el 2010.