í‰xodo anual


Pase lo que pase, es imposible que la mayorí­a de connacionales se prive de acudir a playas, balnearios y sitios de naturaleza exuberante en los dí­as de Semana Santa. Esta actitud no tiene otro calificativo, constituye sin exageración al respecto, ni cosa parecida el éxodo anual.

Juan de Dios Rojas
jddrojas@yahoo.com

Verdaderas multitudes llenan cuanto encuentran a mano, con euforia total, por consiguiente ni un solo palmo queda libre al final. Razón de peso para convertirse en algo incómodo, inseguro y riesgoso. Pero en ese marco limitante las personas distan bastante de sentirse desmotivadas.

La particularidad invariable que exhiben los vacacionistas, así­ llamados mediante la lluvia publicitaria que hace su apologí­a a través de los medios demuestra rostros placenteros. Una vez más se puede corroborar que la condición del ser humano recibe influjos poderosos y fáciles de adaptación.

El éxodo anual en parte acoge con su capacidad instalada y gracias a la oferta variada para distintos niveles económicos, a ciertos contingentes, excepto la mayorí­a dispuesta al dicho: «Que una noche donde quiere se pasa». Además ese perí­odo de tiempo mencionado beneficia al comercio en general.

Todo indica que el tradicional éxodo anual es ocasión propicia para generar el elemental principio de la oferta y la demanda en diferentes lugares. Somos cambiantes en tal sentido, por una parte nos agobia la carestí­a, inflación, y crisis monetaria, pero por la otra hay derroche a ojos vista.

Nadie ignora de oí­das y sabidas, inclusive por amargas experiencias que en suma los hechos negativos exhiben el rostro trágico de múltiples accidentes viales. Sin descartar la constante de ahogados, muertos y heridos cuando se ponen al rojo vivo la incomprensión y violencia por igual.

¿Acaso sea debido al factor suerte? Lo cierto es que muchas personas se quedan en casa cuidando sus haberes; algunos más en número considerable con devoción admiran o participan en los cortejos procesionales y alfombras artí­sticas. Tampoco es religiosos versus paseantes. Impera la prudencia sencillamente.