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Así­, exponencialmente. Así­, con toda la magnitud crecerá el problema. Y la respuesta a él, será muy difí­cil de encontrar. Según Marcola, el jefe de la mara PCC (Primer Comando de la Ciudad), preso en las cárceles de Sao Paulo, requerirá de voluntad polí­tica, además de muchos millones de dólares, sin los cuales no habrá posibilidad alguna de que el Estado, representado en la entidad que posee la máxima expresión de fuerza (El Ejército) sea capaz de vencerlos. «í‰ste, no tiene ni para pagar a sus propios reclutas» dice Marcola.

Carlos E. Wer

Serán cientos de millones de pobres que en el mundo deambularán en busca de trabajo de subsistencia. Serán cientos de millones de desempleados que con desesperación tratarán de encontrar cualquier medio que les permita llevar el alimento a sus hogares. Alimento, que por demás escasea más y más, empujado tanto por las polí­ticas neoliberales, como por aquellas que sustentadas en supuestos ecológicos, llevan un trasfondo de polí­tica poblacional. (Hemos escrito varias veces en esta columna sobre el Memorandum de Seguridad 200, que lo confirma).

Así­, no habrá escape posible ni fuerza que logre controlar y eliminar la enorme y poderosa fuerza que representa el narcotráfico y su poderí­o tanto económico, como de su expresión de potencia de fuego. Las cí­nicas declaraciones del «Jefe», son claras. Son contundentes. Con la realidad, que metida en sus huesos, es también un reclamo.

A la pregunta del periodista de ¿Es usted del PCC?… responde:

«Más que eso, yo soy una señal de estos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes nunca me miraron durante décadas y antiguamente era fácil resolver el problema de la miseria. El diagnóstico era obvio: migración rural, desnivel de renta, pocas villas miseria, discretas periferias; la solución nunca aparecí­a? ¿Qué hicieron?, ¿El Gobierno Federal alguna vez reservó algún presupuesto para nosotros? Nosotros sólo éramos noticia en los derrumbes de las villas. Ahora estamos ricos con la multinacional de la droga. Y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardí­o de vuestra conciencia social ¿Vio? Yo soy culto. Leo al Dante en la prisión.»

¿Solución? No hay solución, hermano. La propia idea de «solución» ya es un error. ¿Ya vio el tamaño de las 600 villas miseria de Rí­o? ¿Ya anduvo en helicóptero por sobre la periferia de San Pablo? ¿Solución, cómo? Sólo la habrí­a con muchos millones de dólares gastados organizadamente, con un gobernante de alto nivel, una inmensa voluntad polí­tica, crecimiento económico, revolución en la educación, urbanización general y todo tendrí­a que ser bajo la batuta casi de una «tiraní­a esclarecida» que saltase por sobre la parálisis burocrática secular, que pasase por encima del Legislativo cómplice, quienes si se descuidan se van a robar hasta al PCC. Y del Judicial que impide puniciones. Tendrí­a que haber una reforma radical del proceso penal del paí­s, tendrí­a que haber comunicaciones e inteligencia entre policí­as municipales, provinciales y federales. Y todo eso costarí­a billones de dólares e implicarí­a una mudanza psicosocial profunda en la estructura polí­tica del paí­s. O sea: es imposible. No hay solución.

Toda una filosofí­a de revancha, escondida en el alma de los olvidados. Todo un reclamo, por más justo, a las carencias a que han sido condenados los pobres entre los pobres. Olvidados por una sociedad corrupta, egoí­sta e inhumana, que solamente reacciona con espanto cuando el dolor llega hasta sus puertas. Una sociedad de derroche. Una sociedad corrupta hasta el tuétano, en la que el gángster, el asesino de corbata de moño, el evasor de impuestos por millones de quetzales, los dueños y altos funcionarios bancarios, los presidentes, diputados, funcionarios, secuestradores, contrabandistas, hasta policí­as, desde el poder, juegan todos los dí­as con la vida, la seguridad y el bienestar de los guatemaltecos. (Continuará)