Will Kymlicka: Ciudadaní­a multicultural. Una teorí­a liberal de los derechos de las minorí­as


No siempre estamos a la altura para abordar temas de actualidad. Carecemos de ideas, callamos, no opinamos. De ciertos tópicos mejor nos desentendemos. Es normal: no podemos saber de todo. Y aunque en el mundo pululan ideas a granel por el «boom» de la información, la verdad es que tenemos que reconocer nuestras limitaciones.

Eduardo Blandón

El «multiculturalismo» es uno de esos conceptos traí­dos y evocados con frecuencia, pero que entendemos poco. Hoy se habla de «nación», «Estados», «minorí­as», «derechos de los pueblos», «federalismo», «cultura» y «grupos étnicos» (entre tantos otros términos) y, la verdad es que deberí­amos empezar a «aggiornarnos» para superar la ignorancia que, con el tiempo, puede hacernos pasar vergí¼enza.

Este libro sirve para ese propósito. Kymlicka se apunta un «hit» con esta obra porque nos inicia en la reflexión de lo «multicultural» y ofrece una crí­tica convincente a los sistemas que yerran en la respuesta a los grupos minoritarios. No es fácil, pero tampoco de insuperabilidad absoluta. La verdad es que basta sentarse para ir comprendiendo los conceptos que se aclaran en el transcurrir de las páginas.

El texto cuenta con nueve apartados en los que Kymlicka introduce los términos, en primer lugar, para establecer un diálogo comprensible a todos. Seguidamente hace una crí­tica al liberalismo y al marxismo por su incapacidad no sólo de entender el fenómeno social, sino el ejercicio de sus polí­ticas siempre aberrantes en el tema. Y, finalmente, realiza sugerencias y defiende sus tesis.

Según el autor la ciudadaní­a multicultural constituye el signo de los tiempos en nuestra época dada la diversidad social originada por las migraciones, las colonizaciones y toda clase de mixtura verificada en la historia. Dicho fenómeno afecta todos los ámbitos del acontecer humano: el religioso, el cultural, el polí­tico, el económico, el ético, etc. Y de aquí­ deriva su capital importancia para el desarrollo sano de los pueblos y la convivencia armoniosa entre los hombres.

Desde el inicio el intelectual establece la diferencia entre «minorí­as nacionales» y «grupos étnicos». Al primer rango pertenecen los grupos asentados en un territorio, con unidad de historia y perspectiva vital, que por azares del destino (colonización, por ejemplo), se vuelven minorí­a en virtud de la hegemoní­a e imposición de otra cultura. Aquí­ «lo nacional» puede ser sinónimo de «pueblo».

En segundo lugar, define como «grupo étnico» a la masa más o menos homogénea de personas que, por ejemplo, a causa de migraciones vive en un determinado espacio geográfico. Son grupos étnicos, para el caso, los hispanos que viven en los Estados Unidos que, de alguna manera, exigen ciertas garantí­as y respeto con relación a su estadí­a en ese territorio.

El pensador dice que mientras las «minorí­as nacionales» exigen diversas formas de autonomí­a o autogobierno para asegurar su supervivencia como sociedades distintas. Los «grupos étnicos» desean integrarse en la sociedad de la que forman parte y que se les acepte como miembros de pleno derecho de la misma.

«Si bien (los grupos étnico) a menudo pretenden obtener un mayor reconocimiento de su identidad étnica, su objetivo no es convertirse en una nación separada y autogobernada paralela a la sociedad de la que forman parte, sino modificar las instituciones y las leyes de dicha sociedad para que sea más permeable a las diferencias culturales».

Una fuente de diversidad cultural, dice el pensador, es la coexistencia, dentro de un determinado Estado, de más de una nación, donde «nación», como ya he dicho antes, significa una comunidad histórica, más o menos completa institucionalmente, que ocupa un territorio o una tierra natal determinada y que comparte una lengua y una cultura diferenciadas.

La incorporación de diferentes naciones en un solo Estado, explica Kymlicka, puede ser involuntaria; ejemplos de ello son la invasión y conquista de una comunidad cultural por otra o la cesión de la comunidad de una potencia imperial a otra, o el caso en que el suelo patrio es invadido por gentes dispuestas a colonizar dicha comunidad. No obstante, la formación de un Estado multinacional también puede darse voluntariamente, como sucede cuando culturas diferentes convienen en formar una federación para su beneficio mutuo.

El mejor ejemplo de un Estado multinacional lo constituye, a juicio del filósofo, los Estados Unidos. En ese paí­s, afirma el texto, existen diversas minorí­as nacionales, entre las que se cuentan los indios americanos, los portorriqueños, los descendientes de mexicanos (chicanos) que viví­an en el sudoeste cuando los Estados Unidos se anexionaron Texas, Nuevo México y California tras la guerra mexicana de 1846-1848, los nativos hawaianos, los chamorros de Guam y otros isleños del Pací­fico.

«Otras muchas democracias occidentales son también multinacionales, ya sea porque incorporaron por la fuerza a las poblaciones indí­genas (como, por ejemplo, Finlandia y Nueva Zelanda), o porque se constituyeron mediante la federación, más o menos voluntaria, de dos o más culturas europeas (como, por ejemplo, Bélgica y Suiza)».

Otra forma de pluralismo cultural es la inmigración. Según el canadiense un paí­s manifestará pluralismo cultural si acepta como inmigrantes a un gran número de individuos y familias de otras culturas y les permite mantener algunas de sus particularidades éticas. Modelos en este sentido son, dice Kymlicka, Australia, Canadá y los Estados Unidos, «que poseen los tres mayores í­ndices de inmigración per cápita del mundo. De hecho, más de la mitad de toda la inmigración legal mundial se produce en uno de estos tres paí­ses».

Obviamente, un único paí­s puede ser a la vez multinacional (como resultado de la colonización, la conquista o la confederación de comunidades nacionales) y poliétnico (como resultado de la inmigración individual y familias). Esta es la realidad de muchos paí­ses y la razón por la que debe considerarse el tema.

Ya sea que se de una sola o ambas realidades: Estados multinacionales y/o poliétnicos, el hecho es que deben estudiarse mecanismos polí­ticos en donde los sistemas funcionen en beneficio de las comunidades. Esta es la gran propuesta del autor: clarificar ideas para traducirlas en realidades que favorezcan la libertad y el desarrollo de los grupos humanos.

Evidentemente, para el autor la teorí­a liberal es absolutamente compatible con esa preocupación humaní­stica y, aunque haya habido autores que negaron su posibilidad (todaví­a los hay), Kymlicka encuentra claves interpretativas para hacer los ajustes respectivos. A este respecto, es meritorio su esfuerzo intelectual (aunque tengo dudas si consigue su propósito).