Wilfredo Valenzuela Oliva, un forjador de la patria


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La semana pasada falleció el licenciado Wilfredo Valenzuela Oliva, especial amigo, jurista, poeta, filósofo jurí­dico, catedrático universitario, investigador y sobre todo, uno de los forjadores de esta patria, que, entre entuerto y entuerto va caminando hoy, ¿a dónde?

Fernando Mollinedo
fermo@intelnet.net.gt

 


Cuando inicié estudios en la Facultad de Ciencias Jurí­dicas y Sociales de la Universidad de San Carlos, en el edificio que ahora ocupa el Bufete Popular en ciudad Guatemala, tuve la buena suerte que el licenciado Wilfredo Valenzuela Oliva fuera mi catedrático de Lógica Jurí­dica; desde allí­ nació la  admiración por aquel  hombre que con voz pausada y siempre muy mesurado nos dejaba poco a poco la semilla del estudio y de la investigación.

Hace cuarenta años… y parece que fueran pocos para quienes tuvimos el honor de conocer a tan dilecta persona; porque fuera del aula siempre encontramos al amigo catedrático y decano que compartí­a con los estudiantes en la cafeterí­a de la facultad; siempre tuvo el don de la cortesí­a como elemento primordial en sus conversaciones, la agudeza para ver o percibir cuáles podrí­an ser las posibles soluciones a los problemas planteados.

Impulsor de la creación de los Bufetes Populares departamentales, incansable luchador por elevar el nivel académico de la facultad y la mejor selección de personal docente para los estudiantes; colaborador frecuente con artí­culos de derecho procesal penal y filosofí­a jurí­dica en la Revista del Colegio de Abogados; autor de muchos ensayos que sirvieron de guí­a en el estudio de la carrera de leyes.

Secretario General de la Universidad de San Carlos, posición desde la cual con su intelecto y rectitud junto al equipo del doctor Saúl Osorio, se libraron tremendas batallas para no permitir la injerencia gubernamental en el gobierno universitario; realizó muchas acciones cí­vicas que pasaron desapercibidas, tales como la asesorí­a a los estudiantes que lideraban y asesoraban a su vez a los pobladores de asentamientos y cooperativas agrí­colas.

En los años aciagos, con la feroz persecución polí­tica criminal de que fuimos objeto los miembros de la Usac, en todos sus niveles, por la delación de las autoridades facultativas de ese entonces, algunos fuimos al exilio y otros, como él, permanecieron en territorio nacional colaborando para que la Usac no cayera en manos de los representantes de los gorilas nacionales que trataban en ese entonces de callar la voz pensante del sector universitario.

Tuve el alto honor que prologara mi poemario revolucionario; de ser su amigo, de ser su alumno; ahora que fí­sicamente ya no está, seguirá viviendo en cada uno de los miles de abogados, notarios, juristas e investigadores quienes escuchamos su docta voz en la cátedra y la aplicación de esos valores universales de justicia.  

Muchas gracias licenciado Wilfredo, hoy se lo digo en forma etérea.