Juan B. Juárez
El término «académico» se utiliza en el campo artístico de la actualidad para referirse a un artista que está consciente no sólo de lo que expresa sino también de la forma de expresarse y que cultiva esta última de acuerdo a las exigencias técnicas del oficio y de ciertas normas no expresas del «buen decir». Hoy en día, como es evidente, tales normas ya no provienen de una academia en el sentido de una entidad rectora que impone una preceptiva inflexible sino de un criterio estético que si bien es personal -e incluso personalísimo y hasta transgresor de las normas? proviene, en última instancia, del estudio de la tradición artística, aunque no necesariamente de los clásicos de la Antigí¼edad o del Renacimiento.
En los artistas más lúcidos y consecuentes de nuestro tiempo, tal criterio estético alcanza la categoría de una verdadera Poética, como la llama Umberto Eco, que funciona como un programa operativo que da cuenta de la «forma de formar» y, al mismo tiempo, de las intenciones de la acción formativa de tal artista; de manera que la crítica del arte actual tiene como objeto la explicitación de esa poética particular en tanto único acceso pertinente al análisis y a la interpretación de la obra.
Surgen estas reflexiones sobre estética contemporánea a raíz de la obra de Walter Corado (Guatemala, 1972), pintor egresado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas cuyas habilidades técnicas van de la mano con su lucidez intelectual y que desembocan en una obra de intensos estallidos emotivos que rompen «sin romper» el proceso de creación para precipitar la comunicación de ciertos contenidos existenciales que no llegan a constituir un «tema» propiamente dicho, con las explícitas características formales que usualmente se asocian a esta básica unidad de sentido. Su obra más bien recorre, sin detenerse en ninguna en particular, una amplia variedad de experiencias con plena consciencia de su fugacidad y transitoriedad, empujada siempre por un insaciable apetito vital.
Su obra conduce a una Poética personal, aunque esta no esté explícita y conceptualmente formulada, pero es obvio que para él la pintura es una manifestación espontánea de la vida y la vida es precisamente lo que en este momento se está viviendo. Nótese que se habla de la vida como pura espontaneidad, y no de la existencia, dentro de la cual caben las reflexiones sobre la espontaneidad de la vida, entre otras preocupaciones. El caso es que Walter Corado prende conscientemente su pintura a la vida, a la expresión de una pulsión vital y la aleja, también conscientemente, de toda reflexión estética y filosófica, por contradictorio que esto pueda parecer. Pero más allá de esta flagrante contradicción lógica y existencial de su poética personal está el hecho de que esta imposible posición teórica refleja a su modo el hedonismo de nuestra época, el deseo latente, aunque no consumado, de vivir a tal extremo con tal intensidad. y que se resume en la actitud con que se asume la vida.
Si se quiere hablar de contenidos en una obra de esa naturaleza, habría que recordar que la vida siempre habla de sus circunstancias, pero aquí se trata, además, de la actitud con la que se asumen la vida.
Y en el núcleo de la intensidad emotiva está la urgencia de la comunicación de esa experiencia vital. Para Walter Corado ya no se trata de comunicar el sentido de un tema sino de hacer partícipe al espectador de la intensidad de una vivencia; no es la importancia de un tema o la pertinencia de un mensaje lo que cuenta sino lograr la comunión en la emoción de una experiencia.
Y claro está, si la obra logra esa comunión, poco importa la reflexión estética sobre la forma que comunica: en la comunión existencial, la consciencia estética sobre la forma es irrelevante. En última instancia, la poética de Walter Corado conduce, por la vía del absurdo, a despojar a la obra, en tanto medio en que se realza la comunión humana, de todo distractor estético.