Vulnerables


El copioso invierno que estamos viviendo se ha convertido en uno más de los fenómenos naturales que desnudan la alta vulnerabilidad en que vive la población de menores recursos económicos en el paí­s, al grado de que se puede considerar que hay una í­ntima relación entre pobreza y condición de riesgo, lo que significa que más de la mitad de la población guatemalteca está expuesta a padecer por cualquier exceso de lluvia, no digamos otro tipo de fenómenos de la naturaleza.


Las autoridades encargadas del monitoreo del clima han dicho que las lluvias en este mes de junio han superado los promedios de los años anteriores y es evidente que hay una intensa saturación de los suelos que aumenta los riesgos en aquellas zonas de mayor precariedad. No estamos hablando de un brutal desastre natural como podrí­a ser un terremoto o las secuelas de una gran tormenta como las que han asolado al paí­s en los últimos años, sino simplemente de una temporada de lluvias con mayor precipitación de lo normal y ya son varios los muertos y son muchas más las familias que se encuentran en condiciones peligrosas.

En el fondo el problema no es por los fenómenos naturales sino por las condiciones de vida imperantes en el paí­s. Hemos visto, por ejemplo, cómo en paí­ses desarrollados los desastres naturales de mayor envergadura no necesariamente se traducen en siniestros fatales y aun en otros paí­ses de menor desarrollo económico, como podrí­a ser el caso de Cuba, en donde el paso de poderosos huracanes deja daños fí­sicos, pero rara vez se producen daños personales por los sistemas nacionales de prevención existentes y porque hay programas sociales de mitigación de las condiciones de pobreza extrema.

De suerte que tenemos que reflexionar sobre cómo las desigualdades existentes en el paí­s no sólo son una muestra de terrible injusticia sino que además se constituyen en razón de riesgo grave para un gran porcentaje de la población que ha tenido que asentarse en lugares peligrosos que son los únicos disponibles para la edificación de muy precarias viviendas. Sólo aquellos sitios que el mercado considera poco atractivos son los que los pobladores más pobres pueden usar para construir sus frágiles casas y es allí­ donde se producen las tragedias más sentidas.

No es, pues, simplemente un problema de enfrentar los fenómenos naturales mediante los instrumentos que, como Conred, están diseñados para ese fin. Se trata de algo más profundo porque la raí­z del mal no está en la lluvia en sí­ misma, sino en la forma en que viven muchos guatemaltecos que por su pobreza quedan permanentemente expuestos a riesgos mayores de los que pueden considerarse como normales frente a cualquier tipo de fenómenos de la naturaleza.