China, antes cerrada al comercio de diamantes, sinónimo de lujo burgués, ha aumentado sus importaciones de esta piedra preciosa en los últimos años hasta convertirse en el cuarto mercado mundial de diamantes.
«En los años 70, no había ningún mercado. En los años 80, surgió el consumo de joyas de oro, y una década más tarde, el comercio de pequeños diamantes», explica Lin Qiang, presidente de la Bolsa del Diamante de Shanghai (SDE), único canal oficial para las importaciones o exportaciones en el país.
China, cuya producción es insignificante, es actualmente el cuarto mercado mundial para esta piedra preciosa: importó diamantes por cerca de 78 millones de dólares entre enero y marzo, un alza interanual de 170%, tras un alza de 194% interanual en el segundo semestre de 2006.
La piedra está destinada no sólo a las mujeres chinas, sino también a las extranjeras, porque el país, con una mano de obra aún barata, afirma su posición como un lugar de talla y pulido prestigioso, incluido para compañías extranjeras.
Durante la época de Mao, la mujer china llevaba los cabellos cortos, camisa de trabajadora de color azul o kaki, y ningún accesorio. Hoy en día, en las revistas, dos chinas mundialmente conocidas, las actrices Gong Li y Zhang Ziyi, exhiben los anillos con diamantes de Chopard o las joyas de platino ornadas de diamantes de Platinium.
«Entre un 70% y un 80% de las ciudadanas esperan un diamante de su futuro marido, aunque esta piedra no es tradicional aquí», subraya Lin Qiang, cuya Bolsa es uno de los 26 integrantes de la Federación Internacional de Bolsas de Diamantes.
Brillante, más que diamante, la piedra es generalmente modesta -0,2 o 0,3 carates- igual que los locales que albergan el corazón de este negocio: oficinas funcionales y sobrias, con seguridad y sin decoraciones, en dos pisos de una torre en el barrio comercial de Shanghai.
La Bolsa no es una vitrina de joyero, sino un lugar de intercambio para sus miembros, 196 profesionales chinos, israelíes, belgas, indios…
En el lugar, para facilitar las transacciones, están reagrupados todos los servicios oficiales: fiscales, comerciales y aduaneros.
Los grandes clientes disponen de sus propias oficinas. Son negociantes desconocidos para el gran público, que a veces suministran sus mercancías a casas como Cartier o Tiffany.
Los otros se contentan con la sala común, con mesas y lámparas de joyeros.
Shanghai no es la ciudad belga de Anvers, centro mundial del negocio del diamante, pero busca consolidar su crecimiento en Asia.
Desde la fundación de la SDE en el año 2000, inspirándose en la experiencia de países como Bélgica e Israel, China bajó progresivamente las tasas aplicadas al sector, que favorecían el contrabando.
Tras el descenso de los impuestos aduaneros, China llevó el IVA de 17% a 4% en julio de 2006, y en el segundo semestre de 2006 las importaciones de diamantes finos se triplicaron ( 194%), alcanzando los 147 millones de dólares.
«En realidad no hubo un alza tan grande; simplemente las cosas salieron de debajo de la mesa», estima Lin Qiang.
En total, en el año, unos 600 millones de dólares en diamantes ( 44%) transitaron por la Bolsa, lo cual representa una multiplicación por seis desde 2002, según las cifras publicadas en ese entonces por la prensa.
Pero como la Bolsa está encargada de comerciar las piedras, y no las joyas, es difícil saber cuál es la participación verdaderamente destinada al mercado chino.