Volver al terruño


René Arturo Villegas Lara

Rigoberto Juárez Paz escribió hace unos dí­as lo que parece ser su última columna en elPeriódico. Siempre lo leí­a, aunque a veces no compartiera su visión del mundo y de la vida. Don Rigoberto es no sólo un intelectual de sólida formación filosófica, sino también un consagrado maestro que hace honor a la Centenaria y Gloriosa Escuela Normal Central Para Varones, que lo hizo maestro. Pues bien, don Rigoberto se va de esta atosigante capital y se traslada con todo y todo a Jí­caro City, a hacerle compañí­a a sus cocales, a sus palos de mango y a gozar de las salidas y caí­das de Sol cuando emerge y se escapa remontando las aritas de la cordillera, «dando saltos como un tigre herido». Le deseo lo mejor a don Rigoberto.

Dichosos los que tenemos un terruño al cual recordar y al que deseamos volver. Venirse de la provincia habiendo dejado enterrado el ombligo en la tranquilidad de los pueblos, es un conjuro que no necesita demostración. Al igual que las tortugas que se van a la mar y un dí­a regresan a la playa de donde partieron, algunos seres humanos que nos vimos en la necesidad de emigrar a la capital, sobre todo por querer estudiar, pues en los pueblos escasamente se podí­a cursar la primaria, siempre anhelamos volver al terruño en que nacimos. Mi entrañable amigo, pedagogo Raúl Aquiles Marroquí­n regresó a Sacapulas y fundó un periódico. Roderico Segura, ex rector de la Carolina y maestro universitario ha tenido la idea de regresar a su pueblo, San Benito Petén, y postularse para alcalde municipal; igual idea ha cobijado Hugo Raciel Méndez, oriundo de Joyabaj, que hasta nombre le tiene al Comité que lo lanzará a la poltrona: El Palo Volador. ¿Y no será que mi cuate Guayo Villatoro, quiere volver a su pueblo, en San Marcos, para iguales añoranzas y propósitos, en lugar de estarse peleando con mi tocayo René Leiva? El gran problema es que los pueblos de entonces ya no son los mismos, dicho con acento nerudiano. Pero, siguen siendo entornos más apacibles que la tormentosa capital. Además, parafraseando a Azorí­n, el terruño no es como fue, sino como uno lo recuerda. La lectura de sus Reflexiones de un Pequeño Filósofo, así­ me lo confirma. A veces se retorna por medio de la producción literaria. Así­ lo hicieron Ramón Zelada Carrillo con sus Estampas de Oriente; Wiliam Lemus con su Historia de un Pueblo Muerto; o Paco Méndez con sus Cuentos de Joyabaj. En esa nostalgia fue que yo también escribí­ el libro Antes que se me Olvide.

Ahora que la municipalidad de Chiquimulilla le obsequió a la Universidad de San Carlos un amplio edificio para educación superior, quizá pueda volver al terruño a enseñar Derecho, aunque sea la ciencia que menos necesita el desarrollo del paí­s, hecho que debiera tener en cuenta el Consejo de la Enseñanza Superior y las mismas universidades. En todo caso, en la casa que me heredó mi madre tengo un mangal, un cocal, un limonar y unas matas de piña recién sembradas y necesitadas de riego, lo que permitirá llenar mis años de vida, la que también aumento con mis estancias es ese tranquilo pueblo que se llama Pueblo Nuevo Viñas. De repente aparecerá por allí­ un amigo de infancia o una persona, señor o señora, que ya conociste viejo o vieja, y que los años no pasan por ella. Te dirá que te conoció patojo y también eso robustecerá tu existencia. Que dicha poder volver al terruño. Felicidades don Rigoberto Juárez Paz y, como acostumbran decir los chinos, que en Jí­caro City las nubes le sean propicias.