Volver a pisar Auschwitz despierta dolorosos recuerdos a sus supervivientes


La visión de las cámaras de gas donde hace 65 años murieron su padre y su hermano despierta dolorosos recuerdos a Ginette Kolinka, una superviviente octogenaria, para quien las frí­as explicaciones del guí­a del museo de Auschwitz resultan insoportables.


Con un tono seco que contrasta con la emotividad de los visitantes, el guí­a que dirige la visita del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau explica que la muerte por gas podí­a durar hasta 25 minutos.

«En el pelo se encuentran rastros de cianuro, eso demuestra que las mujeres eran afeitadas una vez muertas y los nazis utilizaban sus cabellos para fines industriales», prosigue con frialdad su explicación.

Ginette, de 84 años, no lo puede soportar, como tampoco soporta ver las maquetas de las instalaciones de exterminio.

«Yo misma envié allí­ a mi padre y a mi hermano, cuando bajamos del tren que nos trajo procedentes de Drancy (Francia). Mi padre ya era anciano y mi hermano, que estaba enfermo, no podí­a andar. Yo les dije que subiesen a los camiones», explica esta mujer aún torturada por el remordimiento.

«No sabí­a que esos camiones los conducí­an directamente a la muerte. Yo querí­a andar, tras tres dí­as de tren en condiciones espantosas, querí­a airearme. Era el 16 de agosto de 1944», recuerda.

A Luc Seabright, un muchacho francés que junto a otros jóvenes acompaña a los supervivientes de su paí­s en la visita de Auschwitz, le resulta difí­cil imaginar tanto horror.

«Es atroz imaginar hasta qué punto era lenta la muerte en las cámaras de gas», afirma. «La visión de todos estos objetos, miles de anteojos, de cabellos, de cosas que les pertenecieron, es muy angustiante».

Luc ha visitado otros campos de concentración nazis, en Alemania. «Pero allí­, no hay nada. En Bergen-Belsen, Neuengamme, Ravensbruck, sólo hay hierba. Aquí­, en Auschwitz-Birkenau, se pueden ver todo el mecanismo loco de los nazis».

Unos 150 supervivientes de varios paí­ses viajaron el miércoles a Auschwitz para participar en las ceremonias el 65º aniversario de la liberación del campo por el ejército soviético.

Ginette salió del campo en la «Marcha de la Muerte», 60 km a pie bajo los gritos de los SS, que mataban a los que no podí­an andar más, tras la evacuación de los barracones ante el avance de los soviéticos.

«El 27 de enero de 1945 era jueves», recuerda Jadwiga Bogucka, una polaca que entonces tení­a 18 años.

«El miércoles hubo el llamado normal, el gong y la disciplina. Y el jueves, ni gong, ni llamado; los alemanes habí­an huido. Hací­a un tiempo como hoy, nieve y mucho frí­o», explica esta superviviente, deportada a Auschwitz tras la insurrección de Varsovia en el otoño boreal de 1944, más de un año después de la del gueto de esa ciudad.

«Algunos presos serraron los barrotes y pudimos salir, ir a buscar ropa y comida», recuerda.

«En la pila de ropa de los presos muertos, encontré con qué vestirme. Y dos zapatos diferentes. Vestida así­, fui a la iglesia, antes de intentar partir hacia Varsovia, sin saber que toda la ciudad habí­a sido destruida», relata.

«Mis recuerdos de Auschwitz son muy dolorosos», agrega, «pero hay que conservar los recuerdos. Este es el mayor cementerio de Europa, aunque no haya tumbas, sólo cenizas».