Voluntarios ayudan tras sismo


Sobrevivientes paquistaní­es del sismo.

Las organizaciones extremistas islámicas del suroeste de Pakistán, devastado por el sismo, se han movilizado para distribuir ví­veres, abrigo y medicamentos, aprovechando el peso de la religión en esta región apartada.


Los supervivientes de la catástrofe ocurrida en las montañas de Baluchistán acogen con los brazos abiertos a los voluntarios, entre los que se encuentran ex yihadistas de Afganistán en Cachemira.

Uno de estos grupos, el Jamaat-ud-Dawa, figura en la lista norteamericana de organizaciones terroristas, ya que se trata de la rama polí­tica del Lashkar-e-Taiba, un grupo ilegalizado combatiente en Cachemira.

Sin embargo sus militantes aseguran que la polí­tica no tiene nada que ver con la ayuda humanitaria.

«Creemos que hay que ayudar a la gente», asegura uno de ellos, que se presenta como Abu Abdulá. «Aquí­ no hacemos polí­tica, estamos haciendo lo posible para asistir a los supervivientes», añade.

Abdulá, de 40 años, explica que dejó su trabajo de maestro para combatir en Afganistán entre las filas de los muyaidines, durante la ocupación soviética (1978-1989). También pasó seis meses, en 1993, en Cachemira, una región del Himalaya cuya parte india es escenario de una insurrección islamista.

Abdulá ya se habí­a prestado voluntario en octubre de 2005, cuando un sismo devastó el noreste de Pakistán, dejando 74 mil muertos.

Jamaat-ud-Dawa dice haber instalado cinco campamentos de 50 tiendas en Wam, una localidad arrasada, y haber reclutado cerca de cien voluntarios, de los que 30 son médicos y enfermeros.

Igual que en 2005, estos grupos han accedido a las localidades apartadas antes que cualquier ayuda humanitaria pudiera llegar, mientras que los habitantes y responsables locales denunciaban carencias en la ayuda gubernamental.

Allí­ comenzaron a distribuir mantas, frutos secos, leche y tiendas de campaña.

«Preparamos comida para que 5 mil personas coman tres veces al dí­a», explica Abdulá. «Las personas cooperan con nosotros porque practicamos la religión, y creen en nuestra caridad», añade.

Baluchistán es escenario de una insurrección llevada a cabo por grupos rebeldes que reclaman una mayor autonomí­a para sus tribus, y los talibanes también están activos. La prensa revelaba hace unos dí­as que cualquier fuente de fricción con el gobierno serí­a potencialmente peligrosa.

Han aumentado también las organizaciones islamistas no vinculadas a los insurgentes, como el influyente partido religioso Jamaat-e-Islami.

«Hemos dado a la gente comida y mantas, pero sobre todo necesitan tiendas de campaña, ya que son escasas en la región», señala uno de los voluntarios, Mohammad Saleem, explicando que el partido dispone de su propia agencia Al-Jidmat, encargada de gestionar las ayudas.

«La gente está muy angustiada. Las operaciones de rescate son muy limitadas. Hace mucho frí­o y los niños enferman», apunta Mohammad.

Nasrulá, un agricultor de 30 años, vive en un pueblo cercano a Wam. Su hija de seis años, Aasia, resultó herida. Fue un médico del Kamaat-ud-Dawa, el que la trató a pesar de las reticencias iniciales de la familia.

«Temí­amos mostrarles nuestras mujeres, porque no habí­a ninguna médica. Pero consiguieron convencernos, confiamos en ellos por sus creencias religiosas», explica el padre, y añade que les «dijeron que estaban al servicio de la humanidad».

«Estamos contentos. Al menos alguien ha venido a ayudarnos y a curar a nuestras mujeres y niños», confiesa el agricultor.

Otro habitante, Mohammad Hussein, de 54 años, lo confirma: «Aquí­ nadie ha venido a hacer polí­tica. Han venido a ayudarnos, y todos son nuestros hermanos».