A mi parecer, Guatemala tiene dos épocas climáticas que valen la pena resaltar por sus características únicas. La primera es en el inicio del segundo trimestre del año, cuando las jacarandas empiezan a florecer, y la segunda, en noviembre.

La primera debería considerarse como una breve primavera, que marca el paso entre un invierno frío y seco y una época calurosa. Ocurre cuando se celebra el carnaval y da inicio a la cuaresma, que son dos celebraciones que están marcadas no por la fecha calendario, sino por el ciclo de rotación de la Tierra, y por ello son fiestas movibles.
La segunda época a la cual me refiero ocurre en estas épocas, y debería considerarse también como breve otoño. Si bien, las estaciones en Guatemala no son muy marcadas, y, sobre todo, la primavera y el otoño son desconocidos para nosotros, en realidad estas estaciones sí ocurren, necesariamente, aunque pasan inadvertidas por su brevedad.
Pero, para no desviarme mucho del tema, noviembre es quizá el mes con mejor clima en Guatemala. Las lluvias cesan y el cielo se despeja de nubes. Para la agricultura, este período es necesario para que la siembra empiece a secarse, preparándose para la cosecha. Un viento frío recorre por el aire, sin que llegue a registrarse una temperatura gélida; tan solo es necesario abrigarse un poco. Pero lo mejor es que por la posición del Sol y por los cielos despejados, es que los celajes aparecen por esta época.
Por estas condiciones climáticas es que desde finales de octubre, pero en especial noviembre y diciembre, es que se inicia la temporada de ascenso a los volcanes. Ya sabemos hasta el hartazgo que nuestro país tiene un enorme potencial en cuanto a estos colosos. Y no es para menos, porque en un espacio tan reducido se encuentran tantos volcanes juntos, algunos tan juntos que podrían escalarse en una sola travesía.
A los once años habré subido mi primer volcán, gracias a que formé parte de los Boy Scouts en donde mi jefe de tropa, Richard, era un entusiasta explorador y le gustaba mucho salir a acampar. Con nuestras pesadas mochilas al hombre, caminábamos lo más que podíamos, y hacíamos travesías que se podrían antojar innecesarias, porque algunos destinos tenían vías de acceso mucho más fáciles. Pero el objetivo era experimentar y conocer, como la vez que fuimos caminando desde el Obelisco hasta el lago de Amatitlán, o ir a puro jalón desde la capital hasta Tikal.
De esa época conocí muchos volcanes, y otros los escalé posteriormente. Debo reconocer que cada vez que subía uno, pensaba que cómo es que alguien se sentía atraído por cansarse en ese tremendo esfuerzo físico, pasando incomodidades, especialmente frío. Y que si el ascenso era terrible, ya se imaginaba lo difícil del descenso, que no por ser bajada era más fácil. Y, entonces, en plena subida, se despotrica contra todo el mundo y uno se pregunta por qué se está uno allí y no en su cama, viendo televisión y tomando chocolate caliente. Y refunfuñando y refunfuñando, se va avanzando, y cuando se llega a la cima y se ve todo el horizonte, se olvidan todas las incomodidades y hasta ese momento uno se da cuenta de que valió la pena; si bien se promete nunca más volver a escalar un volcán, es casi seguro que en una futura ocasión, si el tiempo lo permite, allí se estará presente.
Porque los volcanes ofrecen un encanto especial. En la Meseta Central y Altiplano del país su presencia es omnipresente, como observándonos desde cualquier ángulo. Es natural, pues, retarse para escalarlos.
Cuando George Mallory le preguntaban sobre cuál era la insistencia de escalar el Monte Everest, él respondía “Porque está allí”. Quizá Mallory, junto a Andrew Irvine, habrían sido los primeros en escalar la cima más alta del mundo, pero ya no regresaron de la expedición y no se sabe si finalmente lo lograron. La respuesta de Mallory se revitaliza cada vez que vemos alguna meta, algún reto, quizá innecesario. El ser humano está constantemente retándose, a veces por orgullo, otras veces por dignidad.
Por experiencia propia, sé que Guatemala tiene un enorme potencial turístico con respecto a los volcanes, casi tan enorme como el potencial que ofrece la cultura maya y sus antiguos sitios arqueológicos. Sin embargo, hasta el momento no hay una política nacional seria para promover el turismo de volcanes, tanto a nivel nacional como internacional. Incluso, estamos en la capacidad de ofrecer “paquetes” de volcanes, es decir, giras para conocer colosos que tienen algo que ofrecer. He elegido los que son, a mi criterio, los cinco destinos más atractivos en cuanto a volcanes, para intentar detallar una breve crónica sobre los ascensos.
EN LA CIMA DE MESOAMÉRICA
El volcán Tajumulco llama poderosamente la atención por ser el más alto del istmo centroamericano. Hecho que no pasa inadvertido sobre todo por la gran cantidad de volcanes que hay en el país, destacar por la altura es no poca cosa.
Pero pese a ser el más alto, no necesariamente es el que mayor tiempo de caminata requiere. El Tajumulco se empieza a subir desde la orilla de la carretera del municipio homónimo. El centro de este municipio se encuentra mucho más abajo, pero no es necesario subirlo desde la Municipalidad. El transporte es escaso en esta zona y habitualmente lo que hacen los viajeros es hospedarse en el municipio y de madrugada tomar un bus o picop que los deja en el punto del inicio de la caminata.
En el municipio de Tajumulco, se puede encontrar albergue para pasar la noche y, alrededor de las cuatro de la mañana, salir con el primer bus, que subirá por el camino de tierra hasta llegar a la carretera principal, desde donde se puede iniciar el ascenso.
El clima casi siempre es muy frío, porque el municipio se encuentra a una gran altura a nivel del mar, y a medida que se sube al volcán, la temperatura aumenta. Por ser especialmente alto, este volcán es lugar para ceremonias de la espiritualidad maya, debido a que desde la cima se comprende aún más cuando los mayas piden permiso a los cuatro puntos cardinales para vivir y para emprender sus proyectos.
Y es que en la cima, en días despejados, es posible observar el océano Pacífico, y algunos lugares distantes, como el volcán de Agua, y algunas altas montañas de México. Algunos residentes locales aseguran que incluso se podría alcanzar a ver el océano Atlántico, pero yo no pude corroborar esta aseveración.
El ascenso es bastante accesible, salvo los últimos cien metros, que se empinan en un ángulo de casi 45 grados en medio de filosas rocas volcánicas. Y a pesar de que esta última parte es un trayecto corto, la dificultad hace que sea muy cansado. Como todo buen volcán, el escalador se maravilla al llegar a la cima por la espectacular vista. El cráter es amplio y bastante despejado. Maravilla observar que en cientos de kilómetros a la redonda no habrá punto más alto.
PARA PEDIR LLUVIA
En el municipio de Palencia, se encuentra un pico muy curioso por su forma. Se trata del pico Tomastepeque, y a pesar de no ser volcán, presenta dificultad en su ascenso, además de poseer características mágicas, según las poblaciones vecinas.
Un bonito recorrido podría ser rodear buena parte de la ciudad capital, tal y como yo hice el recorrido. Salir por Mixco o por Chinautla, y después caminar hacia el oriente para buscar Palencia. Por tratarse de la parte con mayor altitud de la capital, en muchos puntos se puede observar el valle como hormiguero que no cesa. En esta forma, el camino podría hacerse en dos días, pernoctando cerca de Palencia, y al amanecer continuar hasta llegar al pico, el cual no lleva más de una hora en su ascenso. En caso de no tener mucho tiempo, se puede viajar en carro, porque es muy accesible, llegando al punto del inicio del ascenso aproximadamente en una hora de conducir el vehículo desde la capital.
La forma de este pico es muy particular; algunos lo conocen también como “El Colmillo”, porque tiene la forma de un diente incisivo. Viajando por la carretera al Atlántico, su forma es fácilmente reconocible.
Los pobladores de las aldeas aledañas consideran que el Tomastepeque tiene propiedades mágicas. En su cima, hay enormes piedras y muy compactas, que evidencian la formación primitiva de su terreno. Si se hace una grieta más o menos considerable en estas piedras, provocará una lluvia muy fuerte, debido a la concentración de energía magnética del pico. En tiempos de sequía, los pobladores suben para motivar las lluvias; no por nada en los alrededores hay muchas fincas de cultivo de arroz, cereal que requiere de terrenos acuosos para poder crecer.
El ascenso al Tomastepeque es corto, pero dificultoso, debido a que hay tramos en que el ángulo de ascenso es de más de 45 grados, incluso, hay puntos en que la subida era casi vertical.
LA TRIPLE CUMBRE
El volcán de Agua se ha convertido en una de las opciones más accesibles para escalar un volcán, debido a que el municipio de Santa María de Jesús ha creado la infraestructura necesaria para subirlo. Hay un camino que permite incluso subir en automóvil hasta una altura bastante considerable; este sendero es, sin embargo, de muchas vueltas. Hay personas que conocen este volcán como la palma de su mano y conocen varios extravíos que hacen el ascenso más corto, aunque más vertical. En la cima, hay una cabaña que sirve de techo para quien desee pernoctar allí, aunque casi siempre es insuficiente para la cantidad de gente que sube diariamente.
Por eso, el volcán de Agua ha dejado de ser atractivo para un escalador con cierta experiencia. Sin embargo, sí podría llamar la atención hacer el recorrido conocido como la “Triple Cumbre”, que consiste en subir el volcán de Agua, el Acatenango y Fuego en la misma expedición.
Para ello se requieren tres días y dos noches. El primer día, se puede iniciar el camino rumbo al volcán de Agua después del mediodía, con el objetivo de escalarlo en la noche. Para ello, habría que esperar una noche de luna llena para que ilumine el camino. Subir este coloso en la oscuridad le da un atractivo extra, y gracias a las facilidades que presenta, el ascenso nocturno es muy agradable.
El volcán de Agua puede subirse en promedio en cuatro horas, por lo que si se inicia el ascenso a las seis de la tarde, a las diez de la noche podrá llegar y buscar un lugar en la cabaña, o bien armar una tienda de acampar. Levantarse temprano para ver el amanecer es imperativo, además de que el Sol rápidamente logra calentar después de pasar una fría noche.
Tras ello, se desayuna algo ligero aún en la cima, y se empieza el descenso, que usualmente es más rápido que la subida. Una vez en el municipio de partida, se empieza a buscar la localidad de Acatenango, no muy lejos de allí, para iniciar al mediodía el ascenso al volcán homónimo de este municipio.
El volcán de Acatenango es mucho más complicado que el de Agua, además de que es más frío. No tiene tantas facilidades, pero para un escalador con experiencia, éste podría ser de más gusto. El ascenso dura más, unas seis horas o más en promedio. Este volcán tiene dos cimas: en la primera que se llega, hay una cabaña. Si se han cumplido más o menos con los tiempos previstos, se estaría llegando por la noche, y se podría albergar en la cabaña.
Al contrario del volcán de Agua, el Acatenango no es tan popular, y la cabaña, aunque más pequeña, casi siempre cobija a todos los que sube al coloso.
Tras pasar la segunda noche en esa cabaña, habrá que levantarse otra vez para ver el amanecer, subiendo de nuevo a la primera cumbre. Tras la aurora, se puede continuar el camino, buscando escalar la segunda cumbre, que no lleva más de media hora. Una vez arriba, podrá ver al hermano gemelo del Acatenango: el volcán de Fuego.
El punto en que se une el Acatenango y el de Fuego se llama La Horqueta, y hay que bajar allí para iniciar el ascenso al último volcán, el de Fuego. Desde la cima del Acatenango se puede evaluar si el volcán de Fuego es escalable, aunque casi nunca, en los últimos años, es posible esto.
Desde la cima del Acatenango se puede observar el cráter del de Fuego, y cómo éste está en constante actividad, un espectáculo que vale la pena verlo. En caso de que no haya peligro, se puede escalar cierta parte del de Fuego, o bien descender por sus faldas. Aunque lo recomendable es regresar por las faldas del Acatenango, en caso de una erupción del de Fuego.
El doble volcán Acatenango-Fuego puede escalarse en un fin de semana, pero vale la pena agregar el volcán de Agua en esta travesía.
TRES VOLCANES Y UN LAGO
La triple cumbre Agua, Acatenango y Fuego no es la única opción en Guatemala. En el departamento de Sololá, se encuentra el paisaje más famoso del país, con el Lago de Atitlán y los tres volcanes que lo rodean: Atitlán, Tolimán y San Pedro.
Este conjunto forma parte del mismo origen volcánico. Si bien es cierto, este lugar es más apreciado por el lago, las vistas que ofrece desde la cima de uno de los tres volcanes es espectacular.
Estos tres volcanes representan mucha dificultad, de ocho horas en ascenso cada uno, por lo que hay que sopesar el escalarlos los tres en una misma excursión. Lo recomendable, es escalar uno temprano, y después disfrutar la estancia en cada lugar.
El Atitlán y el Tolimán forma otro volcán doble, unidos también por una horqueta. Lo usual es escalar al punto de unión desde San Lucas Tolimán. Al llegar a la bifurcación, se puede elegir cuál de los dos volcanes es mejor. El tercer volcán, San Pedro, se puede subir desde el municipio homónimo. Desde la cima de cualquiera de los tres, el lago y los otros dos volcanes ofrecen una vista única.
EL VOLCÁN DE PACAYA
A mi parecer, el volcán de Pacaya es el más espectacular, no solo porque está en constante actividad, sino porque es el que más permite acercarse a estar cerca del poderío volcánico. Este coloso, junto al volcán de Agua, es el que tiene mejor infraestructura turística. Los pobladores cercanos han creado ciertas empresas en torno al turismo que llega, tal como recuerdos para que los visitantes se los lleven. También visitas guiadas, caballos para transportarse, entre otros.
Desde el parque nacional, creado para subir al volcán, se ha hecho un camino bastante agradable, hasta el punto en que se puede llegar al cono y empezar a escalarlo.
En trayectoria y tiempo para ascender, es menor que otros volcanes, como el de Agua. Sin embargo, la dificultad radica en que se debe subir entre la arena volcánica, que es muy floja y el paso avanza muy poco.
Debido a las constantes erupciones, el volcán de Pacaya ha ido cambiando su forma. Hace unos veinte años, junto al Pacaya había un volcancito menor, que había recibido el nombre de “Pacayita”, y se formó por una actividad volcánica, pero después desapareció. Además del cráter principal, a lo largo de su cima, se pueden encontrar algunas aberturas, llamadas fumarolas, que permiten sentir el calor de este coloso.
Una opción es subir este volcán, pero no desde el parque, sino desde la base del Cerro Chino, un montículo que está pegado al Pacaya. El Cerro Chino está conformado de arena volcánica. En ciertos momentos se torna muy vertical, por lo que se dificulta el ascenso. Sin embargo, representa un reto mayor, además de que cuando va subiendo, usted no logra ver el Pacaya, sino hasta que llega a la cima del cerro. Entonces se sorprende del poder de este volcán. Si subió por el Cerro Chino, el descenso por este mismo lugar resulta mucho más divertido, porque puede bajar prácticamente deslizándose, y si tardó unas cuantas horas en subir, el descenso puede durar unos minutos. Siempre hay que tener cuidado, porque hay rocas filosas en este descenso, al igual que en la bajada del volcán.
Existen otros volcanes con atractivo turístico. Siempre hay quien prefiere el volcán de Ipala, por la laguna que hay en su cráter; pero si se trata de lagunas, también es recomendable la laguna de Chicabal, en San Juan Ostuncalco, que también es de origen volcánico y el paseo es mucho más agradable. O también el volcán Santiaguito, pero éste no puede ser escalado. Existen otros que también presentan dificultad para escalar, como el Tacaná o el Tecuamburro, y también hay otros de ascenso fácil, ideal para ir con niños pequeños, y hacer un paseo agradable. Afortunadamente, Guatemala tiene muchas opciones, para todos los gustos y necesidades.