Fue un lunes por la mañana de aquellos fríos días de inicios del mes de enero del año 73, las paredes de mi nueva aula y todo el edificio me impresionaron por lo «increíble» de su altura y arquitectura colonial. Para ese muchacho, pálido y flaco, que apenas abandonaba su infancia y provenía de un pequeño colegio de Mazatenango, aquellas amplias aulas y contrastante clima con la costa, representaba un ambiente inhóspito y por supuesto un verdadero congelador. Primera vez que salía de casa y ese enorme edificio de Quetzaltenango, más que un instituto, me pareció un enorme cuartel.
Dos patios, reflejados en aquellos ojos asustados, se distinguieron como inmensamente grandes llenos de niños y adolescentes que transitaban por doquier. Jamás olvidaré ese primer recreo, en uno de esos solares donde todos nos asoleábamos con la intención de combatir aquellas bajas temperaturas. Y ahí estaba, tomando el sol, cuando repentinamente me cayeron no menos de siete muchachos provistos de tijeras para cortarme el cabello a la «Flat Top». Aún lo recuerdo, dejá de meter las manos porque si no, te vamos a «verguear». Era el tradicional «bautizo» del INVO, aquél que tanto en su momento renegaría, pero que yo mismo practicaría ya como «verdugo» en los años venideros a lo largo del resto de mi escolaridad. Y que ahora, estos recuerdos, son parte de aquellos años dorados que eventualmente evoco con tanta nostalgia por lo bien vividos, pero que también resultan parte de esa ciudad, que tanto llegaría a amar. Xela la llamo yo, aunque como Xelita también la menciona, Arturo Monzón.
Fueron aquellos maestros, constructores de grandes cimientos y forjadores de tanto intelecto que alimentaron la sociedad. El teacher Le Grand, don Pablito Gárzona Nápoles, «Rafafa» García-Salas, Matul, don Pedrito Escobar, Guicho Motta y otros tantos como «Mánix» y Anabella Escobar. La 14 avenida, aquella obligatoria parada para todos los que gustábamos contemplar patojas a la hora de la salida, casi siempre con aquellas eternas apuestas a que la más guapa con una sonrisa nos voltearía a ver. Los partidos de básquet, entre el INVO y el Liceo Guatemala, fuente de grandes pasiones que tantas veces nos hicieron vibrar, y confieso, que algunas otras hasta sangrar.
Como olvidar aquellos juegos florales de las fiestas de septiembre, en la que los discursos del tío Fito Fumagalli, siempre nos llamaron la atención. Y yo, presumía con él, era el esposo decía, de la hermana de mi abuelo materno, aquél grandilocuente orador. Ya va ahora un gran tiempo acumulado, en que no he podido estar en mi querida Xelajú. La última vez recuerdo, a pesar de mis prisas, pude visitar mi otro centro de estudios, el también recordado CUNOC.
Cuantos años han pasado, y aunque aún no soy abuelo ya mi peine atrapa canas develándome esa nueva realidad. Dicen que tiempos pasados no tienen que ser los mejores, y de eso estoy consciente. Sigo con ilusiones, con planes y proyectos, aunque ya no en solitario ni con la mente inmadura de aquel incipiente varón. Pero hoy no he podido evitar, detenerme en mi ajetreo y recordar aquellos momentos que me llenan con placidez. Y la autora ha sido Xela, por eso es que hoy y siempre… ¡Viva Xela!