El Tribunal Supremo Electoral ha planteado que el reglamento a punto de ser aprobado por esa autoridad contenga normas claras respecto al límite de los gastos de campaña y, lo que es más importante, la necesidad de difundir el origen de los fondos que los partidos y los candidatos usen para impulsar sus respectivas actividades de proselitismo. Considero que se trata de una de las cuestiones fundamentales para corregir los vicios que minan e imposibilitan la transición en Guatemala a una auténtica democracia, puesto que tal y como opera el sistema en la actualidad, tenemos que entender que desde el mismo momento en que se busca y recibe el financiamiento bajo la mesa, se está tramando todo el tejido del tráfico de influencias que, para decirlo de una buena vez, genera el único mandato que ha valido en el país.
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Aquí el mandato de los electores sale sobrando porque el único mandato que importa es el que los candidatos reciben de sus financistas que, por supuesto, no ayudan por patriotismo ni por afinidad ideológica con un proyecto político, puesto que aquí tales proyectos no tienen ni siquiera ideología sino que simplemente son esfuerzos electoreros. De esa cuenta el Presidente de la República se convierte, en efecto, en un mandatario desde el momento en que toma posesión, pero mandatario no del pueblo sino de quienes contribuyeron financieramente a la campaña. Y mientras mayor haya sido el aporte, más directo e irrenunciable se vuelve el mandato.
Hay que notar que el Tribunal Supremo Electoral tiene serias dificultades operativas para hacer que esa normativa se convierta en algo efectivo. Si al día de hoy no ha podido contener las ansias de quienes se han pasado las leyes por el arco del triunfo y hacen propaganda antes de la convocatoria, menos poder tendrá para contar las costillas y los bolsillos a los candidatos y a los partidos. Pero aunque tengamos que reconocer la existencia de esa debilidad estructural, es muy sano que el TSE plantee la necesidad de abordar el tema del financiamiento de las campañas.
Los ciudadanos tenemos el derecho de saber qué intereses hay alrededor de cada una de las propuestas políticas y la única forma de saberlo es mediante la difusión concreta del origen del financiamiento porque es allí donde se cuecen todas las habas. Sin abordar el tema del dinero para las campañas políticas, mantendremos una fachada democrática porque vamos a elecciones cada cuatro años, pero los que verdaderamente deciden y mandan, otorgando en realidad un mandato, son sólo los que ponen el pisto para que los candidatos puedan gastar durante la época electoral. Hay demasiados antecedentes y experiencias como para pasar por alto la realidad e ignorar que en Guatemala hay una profunda distorsión de nuestro régimen político porque a falta de fuerte y consolidada organización política, los partidos dependen únicamente de la propaganda para ganar elecciones. Si hubiera en realidad una estructura partidaria digna de tal nombre, los costos electorales bajarían mucho porque los partidos tendrían una base fiel, dispuesta no sólo a dar su voto sino a trabajar por el proyecto y hacerlo por mística, por afinidad con las ideas de la entidad y de sus candidatos. Pero como aquí todo gira alrededor del interés personal, de las ambiciones espurias y de montones de dinero, hay que entender que la democracia está secuestrada por los que pueden abrir la chequera para condicionar a los candidatos y que éstos, sin ponerse de culumbrón, no recibirán nunca las cantidades que se requieren para alcanzar el poder. Y si el poder tiene un precio, ese precio alguien tiene que pagarlo.