Visiones y Revisiones sobre la historia reciente de Guatemala Respuesta a Edelberto Torres-Rivas


Carlos Sabino

En su extenso comentario (1) a mi libro «Guatemala: La Historia Silenciada» (2), Edelberto Torres-Rivas formula algunas crí­ticas y desliza algunos errores -y fantasiosas suposiciones- que reclaman una respuesta de mi parte. El artí­culo se llama «Â¿El revisionismo histórico de derecha?» e intenta demostrar que mi trabajo no realiza una «revisión cientí­ficamente fundada» de la historia reciente y que constituye, en cambio, apenas «una simple visión» del perí­odo estudiado. Durante una buena parte de su escrito, el autor discute los «silencios» que hay en la historia y en mi obra, como si ése fuese el punto fundamental, y no tarda mucho en ofrecer su opinión sobre mi libro: según Torres-Rivas mi libro es «sectario» y mi intención no ha sido otra que «darle más voz a lo que nunca ha sido silenciado, la versión de los dominadores».


Carlos Sabino nació en Buenos Aires, en el barrio de Flores, en julio de 1944. Es sociólogo y doctor en Ciencias Sociales. Ha sido profesor visitante en el Center for Study Public Choice de la George Mason University de Estados Unidos.

Actualmente, es profesor de la Universidad Francisco Marroquí­n y miembro del Center of Global Prosperity. Es autor de varios libros, entre ellos: «El fracaso del intervencionismo: Apertura y libre mercado en América Latina».» title=»Carlos Sabino nació en Buenos Aires, en el barrio de Flores, en julio de 1944. Es sociólogo y doctor en Ciencias Sociales. Ha sido profesor visitante en el Center for Study Public Choice de la George Mason University de Estados Unidos.

Actualmente, es profesor de la Universidad Francisco Marroquí­n y miembro del Center of Global Prosperity. Es autor de varios libros, entre ellos: «El fracaso del intervencionismo: Apertura y libre mercado en América Latina».» style=»float: left;» width=»250″ height=»141″ /><img decoding=

Si en el tí­tulo de mi libro aparece la palabra «silenciada», es porque, como resulta fácil comprobar, los medios de comunicación, los textos escolares y muchos de los trabajos con pretensiones más serias que tratan sobre el tema, presentan sólo el punto de vista de uno de los bandos del enfrentamiento armado, no de los dos. Que yo haya incluido también la visión de quienes estaban «en la otra orilla», no me parece suficiente razón para ubicarme a mí­ también en esa acera del enfrentamiento: se trata, simplemente, de que no quise hacer el panegí­rico de unos guerrilleros que, por idealismo o por lo que fuese, iniciaron un proceso largo, terrible y doloroso. Pero a ellos y a su pensamiento les dedico también mi atención en muchas páginas y trato de entenderlos, aunque -se me permitirá esta observación- no comparta sus puntos de vista ni me sienta asociado a sus acciones y sus fines.

Entiendo claramente que, del pasado histórico, puede haber y habrá siempre diversas interpretaciones, pero de allí­ a hablar de una versión de los dominadores -y, por extensión, de otra «de los dominados»- es obvio que hay un inmenso trecho: Torres-Rivas parece regresar así­ a esos modelos analí­ticos que usó el marxismo, donde hay siempre una contradicción fundamental en la sociedad, una lucha de clases que todo lo determina y lo hace inteligible. Me parece, sin embargo, que es hora de abandonar tales simplificaciones y de entender que sobre la historia y sobre cada uno de los hechos relatados puede haber muchos puntos de vista, no sólo dos, y que la vida real es inmensamente más compleja que el modelo de dominadores-dominados que tan poco poder explicativo ha tenido para entender la dinámica del mundo contemporáneo.

Quiero detenerme, además, en tres puntos de detalle, pero que a mi juicio señalan el modo poco riguroso de la crí­tica que se hace en el escrito mencionado, con inexactitudes que bien podrí­an confundir a lectores poco informados: en primer lugar Torres-Rivas señala que «utilizo poco» el trabajo de Piero Gleijeses -con lo que se une a otros crí­ticos que han indicado lo mismo-; en segundo lugar informa que Jorge Luján, en su «Historia Contemporánea» dedica sólo dos páginas a la guerra «civil» (entrecomillado en el original). Nada de esto es cierto: yo hago referencia 32 veces al libro de Gleijeses (3), al que tomo como una de las fuentes indispensables del perí­odo 1944-1954 y, es más, critico algunos puntos importantes de su obra, como las significativas omisiones que rodean su relato de la muerte del coronel Francisco Javier Arana; que no acepte su entusiasmo por el gobierno de Arbenz o que vea los hechos desde una perspectiva diferente es, naturalmente, otra cosa. Pero de ningún modo puede decirse que no tomé en cuenta la obra de Gleijeses o que pasé por alto sus contenidos. En cuanto al libro de Luján, que yo también utilizo ampliamente, es bueno recordar que dicho autor le dedica unas 60 páginas al perí­odo mencionado, no las dos que contabiliza Torres-Rivas. El tercer punto de detalle es que resulta extraño que Torres-Rivas incluya a la Iglesia Católica entre las fuentes «conservadoras» de la historia. No creo que así­ se vean a sí­ mismos los redactores del REHMI, patrocinado por la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado, ni que en esta lista se pueda incluir al padre Ricardo Falla, a cuyos datos recurro en diversas partes de mi trabajo.

Pero, vayamos de una vez al punto central de la cuestión, a la crí­tica que se me formula acerca de si presento una «simple visión» o una «revisión cientí­ficamente fundada» de la historia. Lamento decir que no entiendo plenamente esta distinción, que me parece presentada como una antinomia carente casi de sentido: ¿es que no se puede hacer una revisión partiendo de las visiones que se presenten? ¿O es que una revisión no incluye, en sí­ misma, una visión diferente?

Lo que pareciera criticarme Torres-Rivas es que yo no me detuve a buscar la «significación» de los hechos, a realizar interpretaciones sociológicas basadas, por ejemplo, en la muy trajinada y confusa «teorí­a» de la lucha de clases. Pues bien, eso es cierto. Soy sociólogo también, como él, pero «Guatemala: la Historia Silenciada» no es un trabajo de sociologí­a, ni de teorí­a polí­tica, ni una diatriba, ni una obra de afirmación ideológica. Es una historia, nada más y nada menos, no un ensayo como los muchos que se han escrito sin tomar en cuenta, previamente, todos los hechos relevantes, pues no era mi intención darle al lector una visión esquemática de los acontecimientos. Para Torres-Rivas, «el exceso humillante de las desigualdades sociales» justifica o explica el alzamiento guerrillero: no para mí­. En eso coincide el autor con toda la izquierda que, dentro y fuera de Guatemala, piensa todaví­a que ese era el camino que debí­a seguirse en aquella época, opinión que por cierto no comparto. Pero quisiera preguntarles, a todos los que así­ piensan: ¿hay algo equivocado en mi libro que pueda, concretamente, señalarse? ¿Por qué nadie se ha atrevido a rebatir los argumentos que presento en mi último capí­tulo, por ejemplo, donde calculo el saldo fatal del enfrentamiento armado y presento una cifra totalmente alejada de la versión convencional? ¿Es que acaso es necesario abultar las cifras, ocultar hechos y distorsionar acontecimientos para hacer prevalecer un punto de vista que la historia misma mostró como errado?

Me gustarí­a dejar aquí­ esta respuesta, manteniendo el debate en el plano académico al que tendrí­a que ceñirse. Pero en los dos últimos párrafos de su escrito Torres-Rivas presenta afirmaciones que no puedo dejar de rebatir. í‰l se pregunta, sin duda con algo de malicia, acerca de una cierta cantidad de dinero que supone le entregaron manos desconocidas al Fondo de Cultura Económica (FCE) para la edición de mi obra. Me parece que Torres-Rivas desconoce -o pretende desconocer, no lo sé- los más elementales datos acerca de cómo se publica un libro. El FCE leyó mi obra, la encontró publicable y financió por sí­ mismo el costo editorial, como lo viene haciendo desde hace más de medio siglo. Así­ lo hacen todas las editoriales que conozco (4): éstas asumen el riesgo editorial y los autores cobran luego los derechos que les corresponden según las ventas que se vayan produciendo. ¿Es que una persona como Torres-Rivas no sabí­a esto? ¿Es que él no sabe que el FCE tiene una oficina editorial en Guatemala que ha publicado ya varios libros, incluyendo el de Jorge Luján que él mismo menciona, y otros como los de Margarita Carrera y Osvaldo Salazar, por ejemplo? ¿Qué tipo de extraña conjura piensa Torres-Rivas que ha servido para dar luz a mi obra? Me gustarí­a, sinceramente, que aclarase este punto, pues no se trata de lanzar acusaciones al vuelo, sino, en todo caso, de probarlas.

No puedo ocultar que me resulta de muy mal gusto hablar de estos temas financieros en un análisis académico y que deploro que un intelectual como Torres-Rivas se haga eco del tipo de visión conspirativa que él mismo critica en las páginas que escribió para La Hora. Si el público ha decidido que mi libro sea un «best seller» o no, eso no deberí­a influir en su crí­tica, aunque comprendo que el pecado venial que él menciona haya podido darle un tono de cierta acidez a sus palabras. Si mi libro ha tenido tan buena acogida entre los lectores guatemaltecos, es porque ha venido a llenar un vací­o en la bibliografí­a histórica disponible, que en las últimas dos décadas ha estado sesgada a favor de quienes quisieron llevar a Guatemala por la ví­a del socialismo radical. Resulta vano buscar ocultas conspiraciones o quejarse de que el público quiera leerlo o regalarlo. Guatemala merecí­a, me pareció, algo más que panfletos o disertaciones basadas en el confuso andamiaje del marxismo.

Anotaciones

1 Publicado en el Suplemento Cultural de La Hora, pp. 4-5, sábado 4 de octubre de 2008.

2 Sabino, Carlos. «Guatemala, la historia silenciada» Guatemala: Fondo de Cultura Económica, 2007/8.

3 Para que no queden dudas, aquí­ van las páginas concretas en las que hago referencia a ese texto: 46, 50, 80, 97,101, 124, 127, 130, 132, 134,141, 157, 158, 160, 161,162, 167, 173, 174, 188,193, 201, 203, 204, 205, 215, 232, 233, 234, 236,238 y 240.

He publicado ya unos 17 libros (sin contar reediciones) en diez editoriales diferentes, que tienen su sede en cinco paí­ses distintos.