Para los niños de Gaza, prisioneros de esta franja de arena rodeada por el Ejército israelí, el mundo exterior no es más que ruido, furor, violencia y tragedias, un universo amenazante que temen y desconocen.
En total, unos 840 mil menores, de una población de alrededor de 1,5 millones de personas, no han salido nunca de este enclave que abarca unos 40 Km. de largo y seis de ancho, asediado y cerrado casi herméticamente por las fuerzas israelíes desde el pasado enero.
Al tiempo que crecen, la mayoría experimenta frustración, angustia, ira, pobreza, y sobre todo un odio visceral hacia sus vecinos judíos.
Bassam Nasser, de 37 años, director del Centro palestino para la Democracia y la Resolución de Conflictos, es uno de los contados habitantes de Gaza que logró estudiar en la Universidad de Tel Aviv, antes de que Israel impusiera el bloqueo total.
«Mi generación, aquéllos que conocen Israel porque iban a trabajar, son los que están dispuestos a aceptar la paz», explica.
«Me acuerdo de los años 70, cuando los israelíes venían aquí para reparar sus vehículos, porque era más barato. Y varios compañeros tenían trabajos de verano en Israel».
Sin embargo, «los niños de hoy en día de Gaza no consideran a los israelíes como seres humanos. Sólo han visto soldados, en tanques o helicópteros. Para ellos, son máquinas de matar», prosigue Nasser.
«Sólo están rodeados de violencia, de violación de los derechos humanos, de pobreza. Meta todo esto en una caja, ciérrela, sacúdala e imagine qué tipo de generación está creciendo aquí», alerta.
Los hospitales psiquiátricos de Gaza reciben cada vez más visitas de padres, desconsolados por los traumatismos de sus hijos.
El doctor Sami Owaida, quien dirige un centro de salud mental, apunta: «Los síntomas son ansiedad, miedo, insumisión, empeoramiento de los resultados escolares o rechazo a salir de su hogar».
Los niños «tienen la necesidad de estar protegidos pero sus padres no pueden hacerlo. Para un menor, eso es terrible», opina el doctor.
«Yo voy a menudo a Israel para congresos médicos y cuando explico a algunos adolescentes de Gaza que no todos los israelíes son unos monstruos, me tachan de traidor», explica.
En la localidad de Beit Hanun, en el norte de Gaza, donde el mes pasado una ofensiva israelí dejó 80 muertos, la ONG palestina «Recuperar la sonrisa» organiza sesiones de terapia y animaciones para los niños del barrio.
En un garaje expuesto al viento del invierno, una treintena de ellos se sienta alrededor de la animadora. El tema del día, «Cómo protegerme».
Con una gorra «Top Gun» enfundada hasta las cejas, Yazid El Shinbari, de 12 años, asegura sentirse «prisionero en Gaza, pero también en casa», porque sus padres «no quieren que salga».
Un zumbido bronco interrumpe sus palabras: «Â¡Qassam, Qassam, Bravo!», gritan los niños, que aplauden así al lanzamiento de un cohete artesanal Qassam contra Israel desde un campo cercano.
Olaa el Shinbari, directora del centro, relata que los pequeños «cada vez son más agresivos, se pelean y se amenazan de muerte por cualquier cosa».