El asesinato, esta mañana, de la Secretaria de la bancada del Partido Patriota en el Congreso, Aura Marina Salazar, quien fue muerta junto a un agente de la Secretaría encargada de la seguridad presidencial, viene a ser un nuevo elemento que afecta seriamente el proceso electoral que vivimos, ratificándose que se trata de una contienda tinta en sangre sin que las autoridades hayan mostrado, para variar, la capacidad de investigar los distintos hechos de sangre que se han cometido para proceder contra los responsables.
El hecho de que la víctima de este nuevo suceso sangriento haya sido una mujer es, además, una muestra de los niveles de salvajismo que estamos viviendo y la necesidad de que como sociedad hagamos un alto en el camino para reaccionar de alguna forma frente a esas manifestaciones de violencia. No puede ser que sigamos viendo cómo de manera impune se cometen crímenes de toda clase sin que los guatemaltecos tengamos algún tipo de reacción para demandar no sólo el cese de la violencia, sino que, además, que el Ministerio Público y los cuerpos de seguridad actúen para investigar los asesinatos y de esa forma aplicar la ley a los responsables.
Acaso el problema más grande que tenemos los guatemaltecos es esa indolencia que mostramos frente a los hechos de sangre y la forma en que continuamos nuestra vida sin inmutarnos cuando ocurren. En otros países, la reacción pública se convierte en el motor que obliga a las autoridades a mostrar mínimos de voluntad política para investigar y de esa forma facilitar la aplicación de la ley, pero en nuestro medio los fiscales saben que nunca van a tener una presión efectiva para forzarlos a cumplir con sus deberes y por ello cada nueva muerte violenta se considera apenas como una mancha más al tigre.
Esta campaña se ha marcado por la sucesión de hechos sangrientos y todos lo comentamos y lamentamos, pero sin mostrar ninguna reacción que evidencia el cansancio de la sociedad frente a esos procedimientos. Por el contrario, somos indolentes y despreocupados, al punto de que podemos seguir con nuestra vida en absoluta normalidad pese a esa vorágine de sangre. A lo mejor nos hemos acostumbrado de tal manera a la violencia que ya la aceptamos como algo inevitable que forma parte del paisaje nacional, pero tiene que llegar el momento en que como colectivo social mostremos repudio y demandemos de nuestras autoridades que cumplan con su deber.
El ejercicio de andar haciendo conjeturas sobre los motivos de todos los crímenes y especular sobre reales o supuestas autorías es inútil, porque lejos de ayudarnos a construir una cultura que rompa con el molde de la muerte y la violencia, nos hunde en una especie peculiar de morbo que se alimenta de esa comidilla popular.