Desde la Argentina viene la noticia de la victoria contra la impunidad de casos sobre abusos, violaciones a los Derechos Humanos y crímenes de lesa humanidad cometidos por oficiales del Ejército de ese país durante las dictaduras militares de 1970-1980. La lucha incansable, tenaz, valiente y sobretodo de sensibilidad social encabezada por las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo ha empezado a cosechar resultados concretos en la esfera de la justicia. Por ahora, tribunales y jueces han sometido al imperio de la ley a altos oficiales militares -Generales y Coroneles- que en la época de los gobiernos autoritarios reprimieron a los opositores políticos mediante métodos criminales, sin respetar el debido proceso y con total desprecio por la vida. Algunos de esos militares responsables por crímenes de lesa humanidad han recibido condenas de cadena perpetua. Fueron condenados por la desaparición forzada e involuntaria de personas -hombres, mujeres, niños-, por practicar la tortura y por ordenar ejecuciones extrajudiciales, en suma, por violaciones graves y sistemáticas de los Derechos Humanos.
Es la inagotable lucha de esas mujeres argentinas -ahora la bandera la han tomado «los Hijos/as de Plaza de Mayo»- lo que ha hecho posible que los militares criminales reciban castigo por la violación a los derechos y libertades fundamentales de las personas. Y es que para quien aún no lo sepa, los delitos de Derechos Humanos son imprescriptibles en el tiempo y en el espacio.
Las Abuelas, Madres e Hijos de Plaza de Mayo en la Argentina, son una institución social cuyo ejemplo ha quedado escrito en la historia de la humanidad. Reconoce en los pañuelos blancos que cubren sus cabellos, como el símbolo silencioso que recuerda a los seres queridos desaparecidos, que golpea la conciencia social y estremece a los verdugos. El mundo conoce de su pertinaz lucha a través de los históricos plantones semanales llevados a cabo en la Plaza de Mayo de Buenos Aires. Su batallar no ha sido en vano, hoy son como otros, un paradigma de la lucha contra la impunidad y el olvido.
Bien dicen que la historia la escriben los pueblos. Guatemala no escapa a esa oprobiosa realidad, también aquí conocemos de la histórica lucha de dignas mujeres que levantaron su voz y empujaron la exigencia por la justicia, por el reclamo de los desaparecidos y por el castigo a los culpables.
El derecho por conocer el paradero de más de 45 mil personas desaparecidas durante el conflicto armado interno en Guatemala se inició desde 1966 cuando ocurrieron las primeras desapariciones forzadas en el marco de la política contrainsurgente.
«HASTA ENCONTRARLOS CON VIDA» fue la consigna que levantaron las primeras organizaciones de familiares de los desaparecidos en el país, dirigidas también por valientes mujeres que desafiaron al sistema de represión, terror y muerte impuesto por los militares guatemaltecos en aquellos años.
No se debe olvidar, por ejemplo, la lucha emprendida por el «Comité por los 28 desaparecidos» surgido en 1966 que fundó Laura Aldana de Pineda a quien cariñosamente conocimos como Laurita Pineda acompañada de Josefina Berens de Arce. Tampoco se puede dejar en el olvido a Juana Loza de Molina y muchas otras mujeres guatemaltecas quienes también tienen su lugar en la historia y que como las del pañuelo blanco de Plaza de Mayo, se han ganado el respeto de la humanidad.
P.S. Ha quedado al descubierto que los poderes ocultos y paralelos en Guatemala permean altas esferas del Estado; el presidente Colom hace bien en denunciarlos y depurar los aparatos de seguridad que hacen posible la impunidad en el país.