Vida y música de W.A. Mozart I


El dí­a 26 de enero del 2009 se conmemoran los doscientos cincuenta y tres años del nacimiento de uno de los mayores genios de la música occidental: Wolfgang Amadeus Mozart. El mundo europeo en particular Viena su ciudad musical, que tanto lo amo y tanto lo abandonó, se apresta para celebrar tan extraordinario acontecimiento. La columna «Temas Musicales» del Diario La Hora no podí­a dejar de celebrar este fasto. De tal manera, a partir de hoy escribiremos en torno a la vida y la obra de tan ilustre compositor de quien se ha dicho de todo, pero poco se sabe de su vida concreta. Y como homenaje a Casiopea, dorada y sublime esposa, primavera que vino a mí­ empapando de albas y luceros mi nostalgia. Vivo universo en que me pierdo dulcemente y tierna flor en que se afirma mi alegrí­a

Celso Lara

De tal manera, iniciaremos con algunos aspectos generales de su atormentada vida desde su nacimiento hasta muerte miserable y solitaria.

Era abril de 1770. En la Capilla Sixtina de Roma, asistiendo a los Oficios de Tinieblas en Semana Santa un joven de catorce años y un hombre de mediana edad escuchaban atentos, en uno de los primeros bancos del templo, la ejecución del Miserere de Antonio Allegri. Esta pieza sacra, compuesta para nueve voces a dos coros, sólo se ofrecí­a al público durante los oficios de Viernes Santo en Semana Santa. Su copia y reproducción estaba prohibida bajo pena de excomunión, ya que dicha obra se conservaba como patrimonio privado de la Capilla.

Unas horas más tarde, en la quietud de la posada donde residí­a, ese mismo joven, mientras su padre descansaba, reprodujo a la luz de un candil, en unas toscas cuartillas, el Miserere de Allegri que habí­a memorizado ¡en una sola audición!, distinguiendo y separando cada una de las voces con casi absoluta fidelidad. El joven no es otro que Wolfgang Amadeus Mozart y el hecho tiene lugar en el transcurso de su primer viaje por tierras italianas. Semanas más tarde, la noticia llegó a oí­dos del Papa Clemente XIV quien no solo no castiga al muchacho, sino que, estimando que aquel suceso portentoso solo puede estar guiado por la mano de Dios, ordena que se le otorgue la «Cruz de la Espuela de Oro», máxima condecoración a la que puede aspirar un noble en aquellos tiempos.

Fue un prodigio más en una vida de prodigios. Así­ es el prodigio de la vida de Wolfgang Amadeus Mozart.

Bocetos de su vida

Wolfgang Amadeus, el séptimo hijo de los esposos Mozart, llegó al mundo en Salzburgo, Austria, el 27 de enero de 1756. Fue el último en nacer de este matrimonio y el único, junto a Marí­a Ana (1751) que superó la niñez. Su padre, Leopoldo Mozart, fue un hombre profesional de la música. Violinista de la Corte, hombre culto y compositor aceptable, da las clases de violí­n a los niños del coro. Se casó en 1747 con Ana Marí­a Pertl, joven de exquisita sensibilidad. Leopoldo publicó, coincidiendo con el nacimiento de su hijo Wolfgang, su famoso Método sobre el arte del violí­n, imprescindible en escuelas y conservatorios, incluso hoy en dí­a. El entorno artí­stico y ciudadano de Salzburgo fue propicio para su creación artí­stica. Mozart crece rodeado de bellí­simas mansiones, jardines paradisí­acos, elegantes palacios y música; pues Salzburgo es ante todo, una ciudad musical.

Marí­a Ana, llamada familiarmente Nannerl, es cinco años mayor que Wolfgang y ya recibe clases de música, dado que demuestra tener un gran talento. Ella es, como en el caso de Fanny, la hermana de Mendelssohn, la primera persona que tiene conciencia del brillante futuro que espera a su hermano, al comprobar cómo el pequeño, a los tres años, sigue con evidente interés las clases de Nannerl y tararea cualquier tonada. Leopoldo Mozart, consciente de las inclinaciones de Wolfgang, decide iniciarlo en el estudio de clave cuando el niño cumple cuatro años. En pocos meses los adelantos de Mozart llenan de asombro a sus profesores: sabe tocar de oí­do y lee música con corrección. Antes de los cinco años improvisa con facilidad sobre la obra de los clásicos y su padre decide presentarlo en público, incluyéndolo, como un cantante del coro, en un concierto que se celebra en la Universidad de Salzburgo.

Una infancia prodigiosa

Wolfgang tiene seis años cuando compuso su primera obra, una sonata para violí­n y piano, a la que siguen varias más, de forma ininterrumpida. Leopoldo colecciona celosamente todas estas composiciones, lo que permitió que se conservaran hasta la actualidad. Leopoldo gestiona la actuación de sus dos hijos en Mí¼nich, ante el prí­ncipe elector. A este viaje, coronado con gran éxito, siguen otros en los meses sucesivos. La familia Mozart se traslada a Viena en septiembre de 1762 y durante las breves escalas que efectúan por el camino, en las que ofrecen varios conciertos, los prodigios de aquel niño de seis años despiertan admiración e incredulidad.

La emperatriz Marí­a Teresa demuestra curiosidad por las noticias que llegan a sus oí­dos e invita a los Mozart para que acudan a su palacio vienés. La realeza se emociona con Wolfgang. Su facilidad ante el teclado y la gran sencillez con que se desenvuelve le convierten en el eje de atracción de aquellas reuniones. A su regreso a Salzburgo, Mozart deja tras de sí­ el sentimiento de admiración de unas gentes que todaví­a no acaban de creer lo que han visto. Sin embargo, la tensión a la que estuvo sometido Wolfgang durante aquella época repercute en su salud. No en vano, desde los cuatro años, Mozart fue un niño atado a la disciplina de los conciertos en público, férreos estudios y composiciones sin tregua. En 1763, por ejemplo, y a los pocos meses de su actuación en Viena, Leopoldo organiza un nuevo viaje, con el ánimo de recorrer Europa y lograr que las cualidades artí­sticas de sus hijos tengan mayor repercusión.

Se ha escrito mucho sobre la posible falta de ética del padre de Mozart al presentar a sus hijos como fenómenos de feria y hacerlos susceptibles de la curiosidad morbosa del público que acudí­a a los conciertos. La verdad es que si bien Leopoldo no «explotaba» monetariamente a Wolfgang y Nannerl (su cargo como subdirector de la orquesta del prí­ncipe le proporcionaba excelentes remuneraciones), sus profundas ideas religiosas, ese querer mostrar a todo el mundo la bendicion que Dios le habí­a otorgado, le llevaban a programar y organizar la actuación de sus hijos como si éstos fueran mayores y profesionales del espectáculo. Los anunciaba en los periódicos de las ciudades que visitaban e, incluso, en el caso de Wolfgang, le quita años en busca de mayor curiosidad popular.