Victoria obliga a negociar


Anders Fogh Rasmussen, primer ministro de Dinamarcia, está obligado a un gobierno de alianzas, debido a lo cerrado de las Legislativas de ayer.

Los electores daneses dieron un nuevo voto de confianza al primer ministro de Dinamarca, Anders Fogh Rasmussen, vencedor por tercera vez de las elecciones legislativas, y fortalecieron a su principal aliado de extrema derecha, que defiende una de las polí­ticas de inmigración más severas de Europa.


Pero la coalición liberal-conservadora de Rasmussen, aliada desde hace seis años del Partido del Pueblo Danés (PPD, extrema derecha), obtuvo una mayorí­a absoluta muy justa el martes en las urnas y podrí­a tender la mano a una nueva formación de centro derecha.

«Los electores enviaron una señal clara de que quieren que Anders Fogh Rasmussen dirija el gobierno, pero al mismo tiempo, el resultado muestra que quieren ampliar el campo polí­tico», interpretó el miércoles el diario Berlingske Tidende en un editorial

«Será un gobierno menos estable que antes», vaticinó el politólogo de la universidad de Copenhague, Peter Kurrild-Klitgaard.

Para otro experto, Johannes Andersen, de la universidad de Aalborg, «el primer ministro ganó y perdió al mismo tiempo» porque conservó el poder pero su partido perdió fuerza.

La formación liberal dirigida por Rasmussen, de 54 años, perdió seis escaños con respecto a las legislativas de 2005 pese a haber centrado su campaña en los grandes logros de la gestión del primer ministro: reducción del desempleo y excelente salud de las cuentas públicas que convierten a Dinamarca en uno de los mejores alumnos de Europa.

Sin duda, el gran ganador de las elecciones fue la extrema derecha, que nunca formó parte del gobierno danés pero cuyo apoyo parlamentario se ha convertido en indispensable.

«El partido se fortaleció y consiguió el mejor resultado desde su creación, porque es consecuente con la cuestión de la inmigración. Consiguió movilizar a una parte del electorado que normalmente no vota y se preocupa por las cuestiones de los inmigrantes y refugiados», explicó Andersen.

El PPD está considerado el garante de una estricta polí­tica de inmigración que restringió la reagrupación familiar e hizo que el número de solicitudes de asilo bajara de 10.000 en 2001 a 2.000 el año pasado.

Durante el escándalo provocado por la publicación de varias caricaturas de Mahoma en un diario danés en 2006, el PPD defendió la libertad de expresión y atacó a los musulmanes.

Desde el martes por la noche, el primer ministro danés instó a una «gran cooperación en el nuevo parlamento» y se dijo dispuesto a «unir los partidos» que deseen elaborar con él «un programa de gobierno».

Fue su manera de abrir la puerta a la nueva formación polí­tica de centro-derecha Nueva Alianza, dirigida por un danés de origen sirio-palestino, Naser Jader, que obtuvo cinco escaños.

Esta formación apuesta en su programa por una polí­tica más humana hacia los refugiados y una reducción de impuestos.

En este contexto, Rasmussen deberá hacer malabarismos para no decepcionar a su principal aliado, el PPD, sin el cual no podrí­a gobernar, y que mantiene ideas opuestas a la Nueva Alianza en materia de inmigración.

Por esta razón, numerosos analistas estimaron el miércoles que el primer ministro tal vez podrí­a «dejar de lado» a la formación de Jader por el momento, aunque su mayorí­a gubernamental quede más ajustada.

Un pragmático en el poder

El primer ministro danés Anders Fogh Rasmussen, de 54 años, que el martes ganó por tercera vez consecutiva las elecciones legislativas en Dinamarca, es un polí­tico pragmático que a lo largo de seis años ha calmado sus í­nfulas ultraliberales.

Su balance económico, uno de los más positivos en Europa, fue su baza fundamental en una batalla electoral ajustada y la mayorí­a de los daneses lo considera como el garante de la estabilidad económica del paí­s.

Ultraliberal en la oposición hasta su acceso a la dirección del Gobierno en noviembre de 2001, se volvió ultrapragmático y no vacila en hacer suyos los temas de la oposición, como la defensa del Estado del bienestar danés, coto tradicional de los socialdemócratas, ni en apoyarse en la ultraderecha en el parlamento para gobernar.

Descrito con frecuencia como frí­o y riguroso, Rasmussen dice que tiene «muchas afinidades con el presidente francés Nicolas Sarkozy», con el que mantiene «muy buenas relaciones» y comparte «dinamismo y visiones».

La retórica clara y precisa de Rasmussen fue su mejor argumento para captar y convencer al electorado, según los especialistas.

Polí­tico hábil, se quitó de encima todos los temas delicados. Por ejemplo, fiel aliado de Estados Unidos y muy criticado por la intervención de tropas danesas en Irak, acabó por anunciar su retirada, efectiva en agosto de 2007 y reclamada por la mayorí­a de los daneses.

Partidario de una polí­tica de inmigración «estricta aunque humana», también propuso recientemente permitir que las familias de refugiados iraquí­es puedan alojarse fuera de los centros de acogida, en el seno de la población danesa. Hasta entonces siempre se habí­a negado, a pesar de las crí­ticas.

Ganó las elecciones de 2001 y 2005 prometiendo que pondrí­a freno a la inmigración y cortarí­a las subidas de impuestos.

Defensor irreductible de la libertad de expresión, ganó popularidad al mantenerse firme en sus principios, negándose a pedir disculpas a los musulmanes durante la crisis de las caricaturas de Mahoma. Esos dibujos publicados en 2005 por un diario danés habí­an provocado una lluvia de violentas protestas en el mundo árabe-musulmán.

«No hay pero que valga a la libertad de expresión, que es el derecho más precioso que tenemos», afirmó.

Economista de formación, entró en el Parlamento en 1978 y fue subiendo de nivel hasta convertirse en vicepresidente del Partido Liberal durante 13 años, antes de pasar a dirigir la formación en 1998.

De 1987 a 1990 fue ministro de Contribuciones (impuestos) y luego titular de Economí­a y Contribuciones de 1990 a 1992 en el Gobierno del conservador Poul Schlueter (1982-1993).

Proeuropeo, está a favor de la supresión de las exenciones concedidas por la Unión Europea a Dinamarca en 1992, en materia de defensa común y cooperación judicial y monetaria, después del rechazo del tratado de Maastricht en un primer referéndum.