Ví­ctor Rivera


El asesinato del ex asesor del Ministerio de Gobernación, Ví­ctor Rivera, nos deja a muchos con un sabor amargo. Una terrible sensación no sólo del estado de indefensión en la que nos encontramos, sino también el de un tremendo sentido de culpa por no haberle asegurado la vida a una persona que ayudó a muchos en un tema tan sensible como el de la vida.

Eduardo Blandón

Sobre el estado de desnudez en la que nos encontramos frente a los delincuentes ya casi nos acostumbramos. Ya se sabe, tenemos que cuidarnos porque se violan nuestros derechos cotidianamente y por doquier. Lo hacen no sólo los pobres diablos de los mareros, el humilde borrachito que roba para echarse los tragos o el holgazán que le fascina el dinero rápido porque proviene de un hogar desintegrado y de pocos recursos, sino también los elegantes banqueros (algunos de ellos rateros de baja catadura), unos cuantos empresarios que se hacen las bestias a la hora de pagar lo que está en ley y hasta algún dueño de gasolinera que se aprovecha de la nobleza de los clientes al no dar factura ni vender la cantidad exacta que se paga. La inseguridad en nuestro paí­s, aunque nos duela, es proverbial.

De modo que saber que se ultima a un ciudadano ya nos tiene anestesiados. Hoy es Ví­ctor Rivera, mañana un marero y pasado hasta el Presidente de la República y tranquilos, luego de la impresión inicial, al comenzar el dí­a laboral y recordarnos en el transcurso de la jornada que el carro no tiene gasolina y tendremos que gastar doscientos o trescientos quetzales, otras preocupaciones se vuelven prioritarias y nos hace olvidarnos del crimen. Aquí­, con el caso de Rivera, es otra cosa lo que tiene un plus y que a muchos puede lastimar.

Se trata, como apunté arriba, del terrible sentimiento de ingratitud frente a una persona que aparentemente ayudó a familias en situación de secuestro. La vida de las personas se debe proteger por principio, no importando si el sujeto es «bueno» o «malo», basta que sea un ser humano para que el Estado le brinde seguridad. Pero, si la vida de todos debe resguardarse, mucho más se debe hacer con personas que no han sido parásitos, los que han conducido su vida en aras de hacer el bien y los que han aportado a la sociedad. Ví­ctor Rivera, aparentemente, así­ lo atestiguan quienes fueron «rescatados» por él, fue una persona de esas que merecí­an una mejor suerte.

Que sintamos pena por su muerte y experimentemos cierto sentimiento de culpa, se debe a la falta de un principio básico de relaciones humanas: hay que ser agradecidos. Eso, lo sabemos en el fondo, nos hace sentir miserables porque es una especie de falta de respeto casi a nosotros mismos. El Gobierno nos ha hecho quedar mal no sólo frente al mundo que anunciará con bombos y platillos el estado de vida primitiva en que vivimos, sino frente a nosotros mismos que sentimos una especie de calambres en el estómago por tanta miseria humana.

Creo, como muchos han manifestado, que el Gobierno debió aconsejarle al señor Rivera que abandonara el paí­s o brindarle la seguridad necesaria para anticiparse a una crónica de muerte anunciada. Su omisión (como tantas) es grave y demuestra que quienes nos gobiernan están muy distraí­dos, quizá tratando de quitar el impuesto a los combustibles o negociando la compra de aviones. ¿Combatir la delincuencia con inteligencia? No lo creo, así­ jurando que el equipo de seguridad de Colom es inteligente lo que ahora es obvio es que tienen problemas de déficit de atención.