Nos encontramos en días en los que podemos transportarnos en término de pocas horas a cualesquier países de nuestro maltratado mundo.
Los medios de locomoción en estos tiempos son veloces, incluso algunos rebasan la barrera del sonido. Y, dados los avances de la ciencia y de la tecnología, son bastante seguros. Los accidentes aéreos y marítimos son relativamente pocos. Los más numerosos se producen en tierra.
Tenemos a nuestra disposición automóviles, autobuses, camiones y otros «trastes» rodantes de los diferentes modelos, pero la preferencia del público en general la tienen los más recientes, o sean los modernos. Hay también aviones y barcos de toda clase, muchos de lujo como los que atraviesan los cielos (nos referimos a los aviones) y los que surcan los mares, o sean los barcos. .
Es placentero trafagar como turistas, en vía de negocios, con el propósito de asistir a eventos internacionales relacionados con nuestra actividad profesional, etcétera.
El doctor Juan José Arévalo Bermejo, por cierto el mejor Presidente que ha tenido Guatemala en el transcurso de su historia republicana, decía que «viajar es vivir». Mucha razón tenía el ilustre y corpulento personaje de Taxisco para externar esa cuasi lapidaria opinión…
Pero a estas horas habrá guatemaltecos y de otras nacionalidades que dirán que viajar no es vivir sin dificultades o estrecheces de tipo monetario; que no es vivir sin tropezar con problemas porque la vida de hoy no es la de ayer; es decir, de cuando el doctor Arévalo estuvo entronizado en el palacio verde, verde, verde, ahora convertido en Museo Nacional de la Cultura.
Comencemos a pensar en que los viajes tienen en la actualidad un costo elevado, no el que tenían en la época revolucionario-democrática que arrancó en 1944.
Quienes han gobernado en este suelo patrio han viajado a expensas del pueblo, no derrochando el caudal de sus bolsillos o de las cajas fuertes de su propiedad?
Y, a propósito, valga decir que al presente están de moda, muy de moda, los «saltos» de los encumbrados funcionarios gubernamentales o de sus internuncios para tratar los negocios de Estado. Tanto es así que de repente ya no servirán más que para las francachelas y para llevar una vida regalona los representantes diplomáticos acreditados en el exterior.
Nosotros tenemos experiencia en lo que hace a trotar por buen número de países diseminados en la redondez del globo terráqueo, pero muchas veces las entidades que nos han invitado para participar en trascendentales eventos de prensa y de comunicación en general, a nivel internacional, han costeado parcial o totalmente los gastos ocasionados. Nosotros únicamente hemos llevado modestas cantidades de dólares, que despluman a nuestro desvalorizado quetzal para las compras de «souvenirs» con que pensamos agradar a nuestros seres queridos.
Convenimos en que mucha gente salta nuestros bordes territoriales en vía de placer. Puede estar de acuerdo con lo que decía el doctor Arévalo: que viajar es vivir.
Empero ahora, a como está la situación económico-financiera en las diversas latitudes, el trafagar no se hace con cascaritas de huevo, sino con mucho metal plateado o dorado que no siempre está en el marco de nuestras capacidades.
Andan por las nubes las tarifas de los transportes aéreos, marítimos y terrestres. El simple hecho de que a uno le muevan una maleta de la sala de vistas hacia el sitio donde está aparcado el vehículo que utilizamos, tenemos que pagar por fas o por nefas una propina que puede ir de cinco, de diez o más dólares para arriba, ya no digamos al degustar apetitosos platos en un restaurante o si adquirimos artículos en cualquier comercio.
De manera, pues, que está perdiendo validez la frase arevalista de «viajar es vivir». Viajamos no tanto placenteramente, sino con preocupaciones de tipo económico, porque, como dejamos dicho en líneas precedentes, actualmente todo está costando un ojo de la cara, al menos en lo atinente a personas de los modestos estratos sociales. A los acaudalados, pues? las «fichas» que poseen les posibilitan una vida de muchos placeres.