Viajando con la muerte


Los usuarios del trasporte público también padecen los riesgos de la ola de crimen.

La labor de piloto del transporte público se ha convertido en uno de los oficios más riesgosos en la actualidad; detrás de cada volante se vive un drama que narra la muerte de tantos conductores del trasporte público.

Elmer Telón
etelon@lahora.com.gt

La presencia de las fuerzas de seguridad no ha logrado parar la violencia contra pilotos.Muchos de los pilotos han desertado de sus puestos debido al ambiente de terror que se ha sembrado dentro del gremio.

En la mayorí­a de paí­ses del mundo, laborar tras el timón de una unidad del trasporte público no es considerado como una actividad de alto riesgo; los ciudadanos que han elegido ese oficio para ganarse la vida cumplen sin mayores percances acercando a las multitudes a cada eventual destino.

Los pilotos en Guatemala, por su parte, hace muchos años olvidaron la tranquilidad que un estado de orden establece. Si usted pregunta a algunos de ellos el tiempo que llevan desempeñándose en el oficio, corre el riesgo de obtener una respuesta similar a «lamentablemente 14 años», como la que dio Everaldo Vásquez * al ser consultado en ruta.

La jornada de un piloto suele durar de doce a catorce horas, según Everaldo. La rutina inicia a eso de las cinco de la mañana cuando parte del hogar rumbo al predio ubicado en la zona seis capitalina donde guarda el automotor de la empresa La Unión.

Un maquinón Blue Bird del 89, el cual luego de un par de estartazos infructuosos logra despertar su garganta y la bocanada de humo anuncia su pronta salida. Al mismo tiempo, en diferentes puntos del departamento de Guatemala, alrededor de tres mil pilotos cumplen con el mismo ritual.

Se firma la tarjeta de salida y el bus desfila por el Barrio San Antonio, colonia en la que en febrero pasado se creó el hoyo que recorrió televisores del mundo; de allí­ parte con su ayudante, mal llamado «brocha», y ambos surgen aún de la noche previa a la madrugada en busca de los Q500 quetzales para el diésel, los Q200 para el propietario de la unidad, los Q100 para los pandilleros y el resto que «caiga» para las bocas de los que esperan en el hogar.

* Nombre ficticio.

*

El peligro de la ruta

En el año 2008 más de diez pilotos han sido asesinados, crí­menes que por lo general no generan capturas y mucho menos sentencias.

Everaldo cree que no le causa ningún bien recordar esos casos, pero no niega que cada mañana, tarde y noche experimenta miedo, y que jóvenes con ciertas particularidades en su vestimenta lo hacen sospechar y estar atento a que algo puede pasar.

Cuando se le pregunta acerca de su familia, esboza en su rostro una sonrisa entre burlona y melancólica, luego deja escapar un «preocupados». Según el piloto, toda la gente que conoce el oficio sabe que en la actualidad no importa la ruta, la empresa, o la hora del dí­a, en cualquier momento un chofer puede caer ví­ctima de las balas.

Confiesa que ha pensado mucho tiempo abandonar el puesto, pero desconsolado concluye que ha dejado parte de su vida en el armatoste viejo, y que se sabe muy adulto como para lanzarse a iniciar una nueva vida, entonces la conclusión es que: dejar de ser piloto ya no es una alternativa, no por ello se cree valiente, es la necesidad lo que lo mantiene firme.

Han muerto los mejores

De todos los trabajadores del ramo han fallecido muchos de los mejores, pero no los más diestros o cautos al volante, sino quienes desde el principio dijeron NO, luego de una amenaza que hací­a pender de un hilo su vida.

Muchos intentaron resistir, «madrugar, reventarse todo el dí­a y parte de la noche para luego entregárselo todo a un grupo de delincuentes»; no obstante los espí­ritus fuertes fueron doblegados por tantos compañeros que por decir NO, en la actualidad son sólo el recuerdo de alguien que tiene al esposo, al hijo, al padre o al hermano enterrado.

Mientras que en vida el piloto suele ser un ser anónimo, cumple la función de transportar, si tiene suerte, a unas mil personas de forma diaria; sus momentos de fama quedan relegados a una frecuencia indeseada ante los medios de comunicación que llevan la cuenta de los casos de pilotos muertos.

El tributo como mártir se lo rinden sus compañeros bloqueando avenidas importantes, exigiendo seguridad y detener la cantidad de muertes, una reivindicación post mortem que comprueba que son tantos los que quieren vivir.

La seguridad no detiene los crí­menes

Los pilotos del transporte público coinciden que a raí­z de los asesinatos cometidos a finales de enero pasado, se ha hecho notoria la presencia de las fuerzas de seguridad que custodian rutas de buses y paradas.

El vocero del Ministerio de Gobernación, Ricardo Gatica, enumera que hay patrullajes combinados que se llevan a cabo en las paradas, en donde agentes se mueven de forma ambulatoria, y también el abordaje de unidades, lo que realizan de manera aleatoria. A lo anterior hay que agregar que se efectúa un trabajo de inteligencia civil conjuntamente con empresarios, quienes en muchos casos suministran información valiosa, señala.

No obstante a pesar de ello pilotos como Everaldo Vásquez aseguran que siguen siendo ví­ctimas del crimen y de las extorsiones, ya que la presencia policial es momentánea y no constante, y los movimientos de policí­a son seguidos ya por los mismos delincuentes, que modifican su estrategia para cobrar y amedrentar.

Las modalidades que se utilizan para las extorsiones se registran en tres vertientes: el grupo o pandilla que comete el ilí­cito directamente con dueño o gerente de la empresa de buses, el grupo que extorsiona a los pilotos y un tercer segmento que asalta los autobuses, ambos han desarrollado su propia inteligencia y logí­stica de operación.

La muerte y el silencio

Las empresas que pagan directamente el chantaje en muchas ocasiones enfrentan dilemas morales que empiezan cuando el extorsionador exige una cantidad mayor a la acordada y, ante una negativa, resurge la amenaza, «entonces te matamos, piloto».

El testimonio lo ofrece Luis Gómez, vocero de la Gremial de Transportistas Urbanos, «debemos valorar las vidas humanas, lo único que hacemos es pagar para que no maten pilotos», es así­ como el humilde conductor de transporte se transforma en el centro de una batalla que va «más allá del bien y del mal».

La mayorí­a de los casos de extorsión no se denuncian por el nivel de miedo que los grupos organizados han sembrado entre el gremio, dejando que todo gire en torno de la existencia de quien se busca la vida en jornadas de 12 a 14 horas atrás de un volante. «Nos tienen doblegados», es la confesión que revela Gómez.

¿Y el Estado?

Lo que queda o se intenta reconstruir de él, afirma en la voz de sus voceros que tienen inteligencia civil trabajando en áreas especí­ficas del tema de transporte, que tiene los efectivos necesarios para cubrir las emergencias, transformándose en el grupo con mayor optimismo, ya que según Gatica aunque existen problemas de extorsión con empresas de la ciudad, ya sólo un 70 por ciento de las mismas padecen este flagelo.

Everaldo Vásquez no dice desconocer las fuentes en donde recoge Gobernación la información, sostiene que él que está en la calle sabe que eso no es cierto, y que todas las empresas de transporte, ya sea el gerente o piloto, pero deben pagar a los pandilleros.

Los empresarios reconocen que ha existido buena voluntad de las autoridades, pero afirmar que se ha liberado de la extorsión es una burla. «Las extorsiones se dan todos los dí­as, en diferentes puntos, una detrás de otra, le juegan la vuelta a la Policí­a».

¿Y el usuario?

La ví­ctima en masa, el que debe sufrir el calvario de abordar unidades en malas condiciones, en un hacinamiento que representa en efecto al tercer mundo, el que teme subirse sobre las cuatro ruedas de un bus porque también a él se sube la muerte, pero es otro actor a quien no le queda alternativa.

Es así­ como el piloto ya no es sólo el impertinente que cruza a toda velocidad, el temerario que lleva prisa, pues compite con que un compañero no le gane el pasaje, de lo contrario con la cuota, el diésel, las extorsiones poco le quedará para el salario.

Pues el piloto no tiene sueldo, depende de lo que le sobre luego de cubrir los gastos de rigor, el resto podrá quedárselo; tampoco tiene prestaciones de ley, no goza de nada de lo que el Código de Trabajo le garantiza y preguntar en un seguro de vida es algo que va más allá de la realidad.

Cualquiera en su lugar ya se hubiera largado, muchos lo han hecho, narra Everaldo; pero a él, que no ha tenido el valor de aventurarse, le ha tocado a los meses o dí­as verlos volver con la vergí¼enza de la derrota, como quien vuelve a ofrendar su vida porque ha descubierto que es lo único que posee, así­ que pide nuevamente un juego de llaves que active un maquinón de esos donde de vez en cuando se sube la muerte, y mejor si un Blue Bird de 89.