La reacción de Keira Knightley no fue precisamente la que uno espera de una dama cuando se enteró del enfoque con que el director Joe Wright tenía previsto encarar «Anna Karenina», la más reciente colaboración entre ambos en un drama de época.
Las maldiciones fueron de calibre grueso, dijo Knightley.
La actriz no estaba en absoluto furiosa con Wright, bajo cuya dirección fue postulada a un Oscar por «Pride & Prejudice» en 2005 y obtuvo amplios elogios de la crítica por «Atonement» en 2007. Pero vender un drama de época es difícil de por sí, y tanto más en vista del enfoque que Wright había dado a la clásica novela de Tolstoy sobre un amor predestinado al fracaso.
Para un público que se aburre con los dramas de época, tanto «Pride & Prejudice» como «Atonement» resultaron películas ágiles y entretenidas. Pero en el «Anna Karenina» de Wright, la acción transcurre principalmente en un teatro desvencijado donde los actores realizan un ballet estilizado sin los grandes escenarios y las escenas espectaculares que espera el público.
«Lo primero que dije fue, ‘¡Ay (maldición)!’ A la gente le va a parecer buenísima o una (maldición)», dijo Knightley. «Además, has tomado la historia y la has vuelto patas arriba, la has transformado en algo posiblemente anticomercial, una especie de película experimental…»
«Pero enseguida dije, ‘bueno, veamos qué resulta (maldición)»’.
Lo que resulta es un relato que se desarrolla como danza filmada, de buen ritmo comparado con la mayoría de los dramas de época y más próximo a la sensibilidad contemporánea que otras adaptaciones cinematográficas de Anna Karenina, protagonizadas por leyendas de la pantalla como Greta Garbo y Vivien Leigh.
La realidad se vuelve fantasía desde la primera escena, cuando un barbero se acerca a Oblonsky, el hermano de Anna (el coprotagonista de («Pride & Prejudice» Matthew Macfadyen), como un matador que se apresta a lidiar un toro y lo rasura con tres pinceladas veloces de la navaja. Se apartan las paredes, se alzan muebles, los empleados de una oficina se convierten en camareros en un restaurante: Wright prescinde de las transiciones realistas al elaborar un filme en movimiento perpetuo.
La acción en Moscú y San Petersburgo, donde Anna deja a su acartonado esposo (Jude Law) para vivir un apasionado romance con un joven oficial de caballería (Aaron Taylor-Johnson) giraa en torno de un antiguo teatro. Wright tomó la idea de sus lecturas del historiador Orlando Figes, según el cual los miembros de al alta sociedad rusa del siglo XIX imitaban las costumbres de los parisinos y sus vidas transcurrían como arriba de un escenario.
Wright ha concentrado su carrera en el drama de época, antes un género preferido de los espectadores cinematográficos, ahora más interesados en historias de acción futuristas o contemporáneas. El cineasta busca nuevos enfoques para llevar esas historias viejas a los espectadores modernos.
«Para mí, las historias mismas son profundas y relevantes», dijo Wright. «El problema es que la forma de relatarlas se ha vuelto acartonada, anticuada». Pero agrega que «si bien está ambieentada en el siglo XIX, eso no significa que deba parecer filmada en el siglo XIX».
Uno de los primeros a quienes Wright tuvo que convencer fue al dramaturgo Tom Stoppard, ganador del Oscar por el guión de «Shakespeare in Love» (Shakespeare apasionado), quien había adaptado la novela de Tolstoy pensando en una filmación de exteriores convencionales.