Creo que pocas veces uno espera que las palabras de un jugador de fútbol americano se conviertan en un conmovedor mensaje que obligue a reflexionar profundamente sobre nuestra actitud ante el prójimo, quizá porque uno asocia ese deporte más con fuerza y hasta algo de violencia. De hecho, este fin de semana ocurrió una tragedia que para los críticos de ese deporte se enmarcaría en el estereotipo que hay sobre los atletas que lo juegan, luego que el jugador defensivo de los Chiefs de Kansas City, Jovan Belcher, mató a su pareja, madre de un bebé de tres meses, hijo de ambos, y luego se dirigió a la sede de su equipo donde se suicidó frente a su entrenador y al gerente general de la organización.
ocmarroq@lahora.com.gt
Al día siguiente los Chiefs tenían que cumplir con el juego programado y lo hicieron a pesar de la tragedia. Al terminar el juego, comentaristas de televisión entrevistaron al Quarterback del equipo, Brady Quinn, tratando de averiguar lo que había significado para ellos tener que continuar con toda normalidad en esos momentos tan duros, cuando los problemas de una pareja terminaron de forma tan dramática y un bebé de tres meses quedó huérfano. La respuesta de Quinn fue conmovedora porque hizo referencia a que en estos tiempos de tanto contacto por redes sociales en las que se comparte mucha información, sigue haciendo falta verdadero interés y preocupación por las personas. Dijo que muchas veces preguntamos al saludar a alguien con el cajonero “¿Cómo estás”, pero sin que realmente nos preocupe cómo está la persona ni cómo anda su vida, si tiene problemas o preocupaciones. Se trata únicamente de una fórmula de cortesía pero sin que nadie espere que la otra persona le diga en verdad cómo está.
Y lo mismo pasa cuando respondemos, dijo Quinn, puesto que nadie se muestra abierto para contarle a otros sus problemas. En otras palabras, Quinn nos estaba diciendo que si hubiera habido más interés de sus compañeros de equipo, de sus amistades o de sus jefes, seguramente que Belcher pudo haber encontrado ayuda como para evitar esa tragedia.
La lección al final de cuentas, me parece a mí, es que vivimos en un mundo en el que cada día tenemos más medios para comunicarnos unos con otros e interactuar, pero únicamente para las cosas superficiales porque en el fondo nos importa poco lo que le ocurra al prójimo. Y eso no pasa únicamente entre esos enormes armarios que son los jugadores de fútbol, sino que nos ocurre a todos en el trato cotidiano, especialmente en sociedades como la nuestra en la que se ha perdido por completo el sentido de la solidaridad y el interés por los demás.
Vivimos bajo un constante bombardeo que nos impulsa a ser cada día más egoístas, más preocupados por nosotros mismos y nuestro éxito que por preocuparnos por el prójimo. Ciertamente nos pasamos todo el día saludando con la pregunta estereotipada del “cómo estás”, sin que en el fondo nos importe un pepino lo que le ocurre a los demás porque no tenemos tiempo para preocuparnos por sus cosas, mientras las nuestras demandan nuestra atención en esta vida vertiginosa en la que ya aprendimos a medir el éxito en términos de lo que podemos amasar en el menor tiempo posible.
Siempre he reconocido la sabiduría de mi abuelo, pero pocas veces da uno importancia al sentido común de las abuelas. La mía nos repetía a cada rato que las penas compartidas son menos penas. Y todos lo hemos experimentado cuando al tener el desahogo de contarle a alguien alguna angustia o preocupación, sentimos alivio al ver que se nos escucha. Justamente eso puede haber sido lo que le faltó a Belcher, hombre angustiado que tomó la peor decisión matando a su pareja y suicidándose después.