No les cruje la nieve bajo los pies sino una arena caliente que se los quema, y en lugar de gorros de piel se cubren del Sol con sombreros de paja, pero aún así, en la «Pequeña Moscú» al norte de Miami, los rusos emigrados a Estados Unidos no pierden sus costumbres.
De los casi 300 mil que viven en el sureño estado de Florida, una buena parte eligió la ciudad de Sunny Isles, a pocos minutos de Miami Beach, donde entre enormes edificios que miran al Atlántico afloran comercios que transportan a uno a lejanas estepas siberianas.
Restaurantes rusos, pequeños mercados, compañías de seguros, oficinas de abogados, farmacias, peluquerías, en cada rincón hay un inversor llegado de aquel país que puede atender al compatriota en su propio idioma.
El manejo del inglés es una de las barreras más difíciles de franquear para los rusos en Estados Unidos. Algunos lo logran después de muchos tiempo, pero otros que desisten del sacrificio optan por moverse sólo dentro del círculo de inmigrantes y disfrutar uno de los beneficios que da vivir en esta «Pequeña Moscú», como la llaman.
«Mi madre y mi padre, con 74 y 75 años, no hablan inglés, pero en Sunny Isles se sienten como en su casa», cuenta Evelina Tsigelnilskaya, agente inmobiliaria de SIB Realty.
«Pueden ir al médico, a un comercio de cosas rusas, o a la farmacia y en todos lados hay alguien que habla ruso o dispuesto a ayudarlos», cuenta.
Evelina dice que le gusta vivir en Sunny Isles Beach porque «es un lugar muy seguro, acogedor y cosmopolita» donde los rusos encuentran «un modo de vida en común con israelíes, canadienses, estadounidenses o inmigrantes hispanos».
En Rusia era maestra de escuela secundaria, pero pide no hacer referencias al pasado.
La misma actitud muestra Igor -que prefiere no dar su apellido-, uno de los dueños de Gastronom, un comercio de delicatessen, donde la comunidad rusa mata la nostalgia con todo tipo de comidas, postres, vinos, productos de almacén, revistas de moda, diarios y hasta programas de la televisión rusa.
«A los rusos nos encanta este lugar por el clima y por el océano», dice Igor.
«Nos fuimos reuniendo en esta zona porque estar juntos hace las cosas más fáciles, uno vive mejor y la comunicación también es mejor, especialmente al principio cuando no dominas el inglés», contó.
Igor hace 16 años que vive en Miami, y junto a una gran oleada de inmigrantes rusos llegó a Estados Unidos Unidos luego de la caída del muro de Berlín. Los 90 trajeron a mucha gente de Rusia y una gran cantidad eligió el sur de Florida.
«Vinimos aquí también porque hay posibilidades de hacer buenos negocios, está todo por hacerse», dijo. «Nosotros apostamos a la comida, que es algo importante para todo el mundo».
Un muchacho sale de su negocio con un diario ruso en sus manos y entra en otro comercio, con una inscripción en ruso en el frente traducido al inglés debajo Dry Cleaners (lavandería en seco).
«En los últimos años viene menos gente de Rusia, creo que por la situación económica. Estados Unidos Unidos no está bien, y Florida es caro, hay muchos impuestos», se queja Igor.
Los rusos, o de otras nacionalidades, que también hablan ruso, son unos cuatro millones en Estados Unidos, según la Asociación ruso-estadounidense, con sede en Sarasota, Florida (sobre la costa del Golfo de México).
Nikolay Safonov, su presidente, contó que «para la fiesta de Maslenitsa», una especie de carnaval que a principios de marzo celebra el final del invierno (boreal), los rusos se reúnen a comer «bliny», tradicionales panqueques y otros postres típicos.
El motivo, explicó Safonov, es reunir a toda la comunidad, ya que en el sur de Florida, no hay razón para celebrar el fin de un invierno que nunca llega.
Igor
ruso residente en Miami.