Los argentinos sufren un verano prolongado y candente. Intensas lluvias agravan el calor y la humedad. La gente debe tirar fruta que se pudre debido a apagones. Todo esto en medio de una inflación muy alta que hace que resulte cada vez más difícil llegar a fin de mes.
La tensión es evidente en los rostros de la gente que viaja en el «subte» (el tren subterráneo) y en colectivos (autobuses) para regresar a sus casas en Buenos Aires, una gran metrópoli donde abundan los signos de pobreza y deterioro cuando uno se aleja de los barrios turísticos.
Una anciana y varios policías esperan la llegada de una ambulancia para atender a un hombre que se desmayó por el calor. Un comerciante frunce las cejas luego de un largo día de arduo trabajo.
Una silla que alguna vez fue una posesión preciada descansa abandonada en una acera, pero no dura mucho allí, ya que alguien se la lleva a los pocos minutos.
De todos modos, la gente se divierte. Un niño juega a las escondidas en el lúgubre patio de su escuela mientras otros disfrutan en las hamacas. Jóvenes enamorados se abrazan en la calle y respiran el aire nocturno.