Es un ritual macabro pero también una fiesta: cada 8 de noviembre miles de bolivianos veneran cráneos humanos («ñatitas»), que el resto del año mantienen en sus hogares para que protejan a sus familias con supuestos poderes y fuerzas ocultas benéficas, según reza la tradición.
En el día de las «ñatitas», que se celebra en la región andina de Bolivia una semana después del día de los difuntos, sus dueños llevan, para ser bendecidas en las capillas de los cementerios, las calaveras adornadas con coronas de flores, sombreros o inclusive anteojos o dientes de oro.
Las «ñatitas» (llamadas así por el achatamiento del cráneo) pueden ser de familiares de los devotos pero también hay casos que no tienen origen conocido y, según versiones no confirmadas, son robadas de cementerios clandestinos, luego donadas o vendidas.
Algunas calaveras pasan a las familias de generación en generación como una especie de herencia, contó Susana Choque, quien dijo recordar que su «Martín» está en la familia «hace muchos años».
Esa es otra característica: las calaveras tienen nombre.
Hay también familias que no tienen una sola calavera sino muchas, como la familia Mamani, que ingresaba al camposanto, orgullosa, con siete «ñatitas».
Esta veneración de los cráneos humanos se remonta a la época precolombina y nace en la región de Chipaya, en el agreste altiplano, donde realizaban este ritual en un contacto directo de los vivos con los difuntos, a quienes sacaban los huesos, según dijo el antropólogo David Mendoza.
En ciudades como La Paz y Oruro las «ñatitas» son trasladadas en urnas o cajas especiales a las capillas de los cementerios donde la Iglesia Católica ha permitido su ingreso a regañadientes, dejando en claro que no es una práctica cristiana.
La Iglesia Católica sostiene que esta costumbre, que hace años se practicaba en la clandestinidad, va en contra de la fe cristiana que pide que los restos mortales deben ser respetados en sus tumbas, por lo que ha llamado, inútilmente, a terminar con esta tradición.
De hecho, la celebración gana cultores con los años. Según el antropólogo Mendoza, este año se prevén al menos 2.500 devotos en el principal cementerio de La Paz, situado en un popular barrio de la zona norte.
Luego de la bendición, los cráneos son llevados a los alrededores del camposanto, donde se les ofrece comida, bebida y cigarros, mientras que en otros casos son trasladados a casas o locales en los que se festeja con fiesta hasta el amanecer.
En la celebración, los cráneos son colocados en altares donde les prenden velas y los rodean de alimentos y bebidas que luego son repartidos entre los invitados.
El resto del año en algunas viviendas, particularmente de los emigrantes aymaras situadas en la periferia de la ciudad de La Paz, se puede encontrar el cráneo en un lugar de la sala adornado de flores y velas, al que se le reza todos los días e incluso se le conversa con familiaridad.
Los propietarios bautizan a las «ñatitas» con nombres de algunos de sus difuntos y son tomados en cuenta como un integrante más de la familia, a quien se trata con cariño y devoción, como reseñó Carmen Gutiérrez, propietaria de «Helena» desde hace 25 años.
Un caso sonado es el de «Juancho», la calavera que se encuentra en una comisaría de El Alto, ciudad aledaña a La Paz, a la que los policías rinden culto para que les ayude en las investigaciones criminales.
«Un policía que tenía fe la trajo hace 25 años. Se dice que era un curandero andino que tenía poderes de advinación observando hojas de coca. Ha ayudado a resolver varios casos», señaló el sargento Luis Apaza.
Claro que los delincuentes también le rezan a su «ñatitas»…