A don Juan lo veía de vez en cuando, pero un día reciente se presentó temprano en la casa donde vivo. Le pregunté si se encontraba de descanso, pero él me contó lo ocurrido a la pequeña empresa de mensajería en la que laboraba en la colonia Pablo VI, jurisdicción de Mixco.
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Resulta que el hermano de don Juan estableció un modesto negocio de distribuir correspondencia en áreas de la capital y en municipios adyacentes. Aparentemente todo marchaba bien y el propietario de la pequeña empresa y sus colaboradores obtenían ingresos que les permitían vivir decorosamente, incluso don Juan, quien a las seis de la mañana iniciaba su jornada, para terminar al mediodía.
Una mañana el dueño del negocio recibió la llamada telefónica .del jefe de un grupo de mareros que le exigía Q50 mil. Le replicó que el negocio sólo rendía para pagar salarios, alquiler de la casa donde operaba y los abonos de un par de computadoras, pero el delincuente no se ablandó. Dos días después se estacionó frente a la empresa un picop con varios hombres a bordo. Con armas de fuego inmovilizaron a los empleados que estaban clasificando la correspondencia y cargaron con todos los enseres del negocio. Don Juan se quedó sin trabajo.
Meses antes, Carlos me confiaba su satisfacción porque su barbería le proporcionaba el dinero suficiente para el sostén de su hogar y el alquiler del inmueble. El pequeño negocio estaba instalado en la colonia Belén, también de Mixco. Â Pero Carlos fue igualmente víctima de las extorsiones y se vio obligado a cerrar la barbería. Salió huyendo, como si él fuera el criminal. Ahora es operario de otra barbería en la zona 11. Don Ramiro, dueño de una panadería en la colonia San Ignacio, cuando fue extorsionado pidió la ayuda de la PNC, pero agentes de esta institución le exigieron dinero a cambio de capturar a los delincuentes. Accedió a la extorsión
Podría enumerar decenas de casos de dueños de abarroterías, librerías, tiendas y otra clase de negocios que, según me contó don Juan, se vieron obligados a clausurarlos porque eran intimidados por mareros.
Ante esa ola de delincuencia que afecta a Mixco y pequeños empresarios, uno se pregunta si tiene o no razón el alcalde Amílcar Rivera de pedir al Ejecutivo que implante el estado de prevención en colonias plagadas de extorsionadores que han dado muerte a decenas de pilotos de autobuses urbanos y a padres o madres de familia que no han pagado el dinero que exigen los pandilleros, porque lo que perciben de ingresos apenas les alcanza para su subsistencia diaria.
Para los que sufrieron directamente las consecuencias de la guerra interna, por los atropellos de la soldadesca no les resulta sencillo apoyar la presencia de tropas del Ejército en calles y autobuses, mientras que quienes han perdido seres queridos a manos de pandilleros y se han quedado sin sus pequeños negocios a causa de las extorsiones de los mareros, no sólo respaldan sino que demandan el estado de prevención.
Es un dilema que correspondería dilucidar a las potenciales víctimas de los delincuentes y los deudos de los asesinados; pero el presidente Colom rechazó la petición y el Ministro de Gobernación con su verborrea no plantea solución o alternativa alguna, mientras aumentan los niños sin padre y mujeres sin esposos. ¡Qué desprecio por la vida humana!
(El aldeano Romualdo Tishudo, de visita en Mixco, le pregunta al piloto de un bus urbano: ¿Esta camioneta me lleva al cementerio? El chofer responde: -Si te  ponés adelante, sí).