Vecinos de Mixco impotentes ante los mareros


 A don Juan lo veí­a de vez en cuando, pero un dí­a reciente se presentó temprano en la casa donde vivo. Le pregunté si se encontraba de descanso, pero él me contó lo ocurrido a la pequeña empresa de mensajerí­a en la que laboraba en la colonia Pablo VI, jurisdicción de Mixco.

Eduardo Villatoro
eduardo@villatoro.com

Resulta que el hermano de don Juan estableció un modesto negocio de distribuir correspondencia en áreas de la capital y en municipios adyacentes. Aparentemente todo marchaba bien y el propietario de la pequeña empresa y sus colaboradores obtení­an ingresos que les permití­an vivir decorosamente, incluso don Juan, quien a las seis de la mañana iniciaba su jornada, para terminar al mediodí­a.

Una mañana el dueño del negocio recibió la llamada telefónica .del jefe de un grupo de mareros que le exigí­a Q50 mil. Le replicó que el negocio sólo rendí­a para pagar salarios, alquiler de la casa donde operaba y los abonos de un par de computadoras, pero el delincuente no se ablandó. Dos dí­as después se estacionó frente a la empresa un picop con varios hombres a bordo. Con armas de fuego inmovilizaron a los empleados que estaban clasificando la correspondencia y cargaron con todos los enseres del negocio. Don Juan se quedó sin trabajo.

Meses antes, Carlos me confiaba su satisfacción porque su barberí­a le proporcionaba el dinero suficiente para el sostén de su hogar y el alquiler del inmueble. El pequeño negocio estaba instalado en la colonia Belén, también de Mixco.  Pero Carlos fue igualmente ví­ctima de las extorsiones y se vio obligado a cerrar la barberí­a. Salió huyendo, como si él fuera el criminal. Ahora es operario de otra barberí­a en la zona 11. Don Ramiro, dueño de una panaderí­a en la colonia San Ignacio, cuando fue extorsionado pidió la ayuda de la PNC, pero agentes de esta institución le exigieron dinero a cambio de capturar a los delincuentes. Accedió a la extorsión

Podrí­a enumerar decenas de casos de dueños de abarroterí­as, librerí­as, tiendas y otra clase de negocios que, según me contó don Juan, se vieron obligados a clausurarlos porque eran intimidados por mareros.

Ante esa ola de delincuencia que afecta a Mixco y pequeños empresarios, uno se pregunta si tiene o no razón el alcalde Amí­lcar Rivera de pedir al Ejecutivo que implante el estado de prevención en colonias plagadas de extorsionadores que han dado muerte a decenas de pilotos de autobuses urbanos y a padres o madres de familia que no han pagado el dinero que exigen los pandilleros, porque lo que perciben de ingresos apenas les alcanza para su subsistencia diaria.

Para los que sufrieron directamente las consecuencias de la guerra interna, por los atropellos de la soldadesca no les resulta sencillo apoyar la presencia de tropas del Ejército en calles y autobuses, mientras que quienes han perdido seres queridos a manos de pandilleros y se han quedado sin sus pequeños negocios a causa de las extorsiones de los mareros, no sólo respaldan sino que demandan el estado de prevención.

Es un dilema que corresponderí­a dilucidar a las potenciales ví­ctimas de los delincuentes y los deudos de los asesinados; pero el presidente Colom rechazó la petición y el Ministro de Gobernación con su verborrea no plantea solución o alternativa alguna, mientras aumentan los niños sin padre y mujeres sin esposos. ¡Qué desprecio por la vida humana!

(El aldeano Romualdo Tishudo, de visita en Mixco, le pregunta al piloto de un bus urbano: ¿Esta camioneta me lleva al cementerio? El chofer  responde: -Si te  ponés adelante, sí­).