La salida de Ratzinger del trono papal ha hecho correr ríos de tinta y muchos bites de notas en el espacio virtual a dos semanas de la sorpresa. Las conjeturas y los sesudos análisis sobre su dimisión compiten con los vatileaks; las ambiciones por ocupar la silla vacía no se han hecho esperar y no son pocos los cardenales que empiezan a mostrar sus gestos de poder en preparación al cónclave.
En los ochentas siendo adolescente, la inocencia no me permitía entender el entramado que envolvía las luchas tenaces dentro del Vaticano cuando se elegía por aquel tiempo, a Juan Pablo II. Lo que percibía era un aura de congoja mundial por la reciente muerte súbita de Juan Pablo I, pero la sospecha vendría después. A aquella candidez se diluía conforme los esqueletos se iban saliendo en los santos armarios vaticanos, y fueran mostrando la gran impostura. Ya El Padrino empezaría a cuestionarme la doble moral y los alcances de la ambición vaticana al insinuar aquel film, la relación de la santa banca con las redes de la Cosa Nostra, lo que queda muy claro con la sutileza de la escena en la que se plasma la muerte de Roberto Calvi en 1982, colgado en un puente en Londres con los bolsillos llenos de ladrillos en el marco de una operación fraudulenta del Banco Ambrosiano, claro que solo era una película. Pero hoy la realidad supera la ficción y la inocencia ha quedado guardada en el cajón de los recuerdos, la evidencia ofrece muestras de un imperio que se consume lenta pero seguramente. Los católicos deberán aceptar poco a poco que lo que yace inminente no es de algún sagrado misterio y tampoco pertenece al espíritu, es más bien parte del reino de las ambiciones y las pasiones más bajas y pútridas de la codicia humana. No traguen pues la inocente píldora de “estaré siempre cerca de vosotros” o el llamado a una “profunda renovación de la iglesia”, pues atrás de la renuncia, lo que se alcanza a intuir es un reacomodo de fuerzas y poderes que pelearán por el control férreo de un Estado oscuro que tiene presencia e influencia en casi todo el globo. Él se va pero no, se instala cerca del trono en incómoda presencia para el siguiente, de modo que quizá su dimisión ha sido una válvula que aminoró la presión de una caldera que guarda todo tipo de pecados en los que la pederastia es solo uno de ellos. Lamentablemente aún son muchos los que prefieren cerrar su corazón y su alma a la verdad, son incapaces de aceptar que la jerarquía católica dirige un emporio de proporciones globales con piezas de poder incalculables. El Cónclave entonces no será otra que una pelea por el control de un botín enorme y el elegido tendrá que saber contener aquella caldera del diablo. La pugna no es ni de lejos ideológica, pues la neutralización a la incómoda iglesia popular, especialmente de América Latina, hace rato que se logró. Es por eso que el peso específico de determinados continentes en la geografía católica no es tampoco, un factor variable que juegue en forma decisiva. El capitalismo y su versión de neoliberalismo acelerado han permeado las columnas vaticanas y las sotanas, y de esta manera las contradicciones y límites de aquel, también son los de la Iglesia. Lo que observaremos previo a que salga el humo blanco, será una batalla de titanes con estiletes y dagas de oro. La iglesia Católica así como otras expresiones opiáceas no es más que edificaciones de la doble moral, sostenido por la ortodoxia y la disciplina religiosa. Los esqueletos se salieron porque la carne es débil.