Variaciones sobre un mismo horror


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Recuerdo cuando era niño especialmente en las vacaciones, parte de las actividades de diversión con los amigos del barrio, era adentrarse en un gran predio baldío que tenía la dimensión de una manzana completa. El lugar estaba totalmente cubierto por la maleza. El reto era adentrarse a esa selva inhóspita en medio de la ciudad para explorar y descubrir sus secretos.

Julio Donis


Siempre recordaré dos hallazgos que a nuestra corta edad nos marcaron por la sorpresa causada. La exploración con los amigos incluía cavar para revelar supuestos tesoros ocultos o enterrados en esas tierras extrañas. Uno de esos tesoros fue un parque de balas de distinto calibre, desde pequeñas hasta municiones antiaéreas, en total unas quinientas unidades. El segundo, restos de huesos. Uno de los amigos dijo que eran de un perro muerto pero la duda nos congeló de terror. Todos callamos y volvimos a nuestras casas. Hace unos meses, dos cuerpos fueron identificados positivamente por la Fundación de Antropología Forense FAFG en un antiguo destacamento militar en San Juan Comalapa. Eran dos jóvenes que fueron retenidos, secuestrados, torturados y luego asesinados; la razón de estos vejámenes fue sus ideas de transformación y cambio de una sociedad injusta. Hoy sus familias pudieron darle entierro a los restos y también pudieron dormir con la certeza del  paradero de sus familiares, sin embargo el horror de la incertidumbre se convirtió en una tensa calma que aún aguarda justicia por el hecho. Hace un año exactamente, una bolsa fue dejada en los pasillos de la Gobernación de Cobán y otra en el mercado de esa localidad; dentro se descubrirían las partes del cuerpo asesinado del fiscal del Ministerio Público de ese Departamento. Unos meses después se descubriría un video que registraba el asesinato. El horror se impuso brevemente por la saña del hecho que presuntamente era cometido por un cartel del narcotráfico, hoy casi se ha olvidado. La tierra aún guarda en algún lugar terriblemente desconocido, el cuerpo de una mujer de la que se presume fue asesinada por su esposo con la complicidad de la familia de éste, como parte de una sórdida y horrorizante historia de amor odio, sustentada en la doble moral cristiana de la clase media aspiracional. La tierra de la antigua Zona Militar 21 de Alta Verapaz apelmaza un yacimiento de horror descomunal. Hasta el día de hoy se han abierto 19 fosas cavadas por el equipo de la FAFG en la que se han hallado decenas de cuerpos de personas de origen quekchí. En la fosa número 15 se descubre que el horror puede alcanzar expresiones inimaginables, aparecen los restos entre huesos y ropa de 37 niños. Dicen que hay otros suelos en países vecinos que también guardan este legado de culpa. Los indicios señalan al Ejército, a la guerrilla, al narcotráfico, a grupos de organizados de crimen, a esposos sociópatas, etc, todos miembros de la sociedad del horror.  En los suelos fértiles de este país yace pues una galería de la muerte que poco a poco empieza a develarse,  poco a poco la verdad se abre campo entre toneladas de tierra y toneladas de complicidad, entre toneladas de encubrimiento. Seguramente cada flor que nace de estos suelos, lleva en su savia un poco de la sangre de aquellos que un día murieron.  Finalmente el horror tiene una variación espeluznante, la constatación de la indiferencia, el silencio, el acomodo, la sin importancia, la incredulidad con la que la sociedad del presente asume ese pasado de horror que yace bajo nuestros pies y que no parece estremecerse. Una sociedad que consume de forma ecualizada la noticia sobre las fosas de Alta Verapaz, con la expectativa del debut de Feisbuk en la Bolsa de Valores, es la sociedad del olvido, la que se ha acostumbrado a la muerte y a la indiferencia.