Vargas Llosa, un pez fuera del agua en la polí­tica peruana


Mario Vargas Llosa posa para la foto frente a un retrato de él mismo realizado por el pintor colombiano Fernando Botero. FOTO LA HORA: AFP JACQUES DEMARTHON

Por Luis Jaime Cisneros

La derrota en las elecciones presidenciales peruanas de 1990 ante un entonces desconocido Alberto Fujimori significó el golpe más duro en la vida polí­tica de Mario Vargas Llosa, un mundo que siempre le fue hostil, especialmente después de pasar del apoyo a la revolución cubana al liberalismo.


Esa derrota electoral de 1990 representó para Vargas Llosa un punto de quiebre con Perú, del cual se alejarí­a forzado por una implacable campaña lanzada por el gobierno de Alberto Fujimori, que propuso -sin éxito- quitarle la nacionalidad y declararlo «traidor a la patria» por su rechazo al autogolpe de Fujimori en 1992.

Es en ese contexto que el escritor opta por la nacionalidad española y se traslada de Lima a Madrid, desde donde se convertirá en el más duro opositor a Fujimori ante la comunidad internacional.

«España me salvó de ser un paria», dijo este jueves el escritor en Nueva York recordando ese episodio.

«El galardón del Nobel acaba de borrar el epitafio de su biografí­a de que fue derrotado por un desconocido en la polí­tica en 1990», expresó a la AFP el crí­tico literario Mario Ghibellini, director de la revista Fausto, al evocar el agrio sabor que dejó aquella derrota en el escritor.

«La presidencia peruana era lo único que le faltaba ganar y la perdió. Eso representó una frustración en lo polí­tico y en el amor propio», acotó Ghibellini.

Su autobiografí­a «El pez en el agua» (1993) le servirí­a a Vargas Llosa para exorcizar los demonios que le dejó aquella campaña electoral y demoler a la clase polí­tica a la que acusó de falta de compromiso con la ideologí­a liberal, a la que abrazó gradualmente desde que en 1971 rompió con la revolución cubana por encarcelar al poeta disidente Heberto Padilla.

Desde su irrupción en el «boom» latinoamericano en la década de 1960, Mario Vargas Llosa fue sinónimo del escritor comprometido con sus ideas, dijo a la AFP el analista Mirko Lauer, columnista polí­tico del diario La República.

«Lo que se mantiene en la relación entre Vargas Llosa y la polí­tica es la idea del escritor comprometido. Ha estado comprometido con cosas distintas a lo largo del tiempo, pero lo que lo define es la idea del compromiso», dice Lauer.

En ese recorrido el flamante Nobel de Literatura es desde hace más de dos décadas un escritor partidario de sociedades liberales y crí­tico de los autoritarismos de izquierda o derecha.

«Ese liberalismo se volvió conservador y viró luego hacia uno más progresista, lo que se llama en inglés un «liberal». Es ese tipo de liberal con el que se puede entender la academia de Suecia, que lo reconoció con el Nobel», explicó Lauer.

«Para Vargas Llosa el escritor debe opinar de manera tajante sobre todo tema de interés público. La única vez en que se salió de ese esquema y pasó a querer pelear el espacio a los profesionales de la polí­tica, le fue mal», indicó.

En 1987 Vargas Llosa creó «Libertad», un movimiento de inspiración liberal en rechazo a la estatización de la banca peruana que pretendí­a Alan Garcí­a en su primer mandato (1985-1990).

El escritor Alonso Cueto, curador de la muestra «La Libertad y la vida», dedicada a Vargas Llosa, señaló a la AFP que «su carrera como figura cí­vica y su obra tienen afinidades. Su lucha con el poder ha tenido que ver con la transparencia como una forma de vida. Cuando se percató de los disfraces del poder se decepcionó de la polí­tica», dijo.

Como figura liberal, Vargas Llosa apoyó este año en Chile al candidato derechista a las elecciones presidenciales Sebastián Piñera, de quien se declaró su amigo. En Venezuela en cambio, sus crí­ticas a Hugo Chávez lo han ubicado en la lista negra de los opositores.

«Chávez ha perdido ese estado de gracia del caudillo mesiánico de que gozó algunos años», dijo el domingo pasado en Madrid.

En Perú Vargas Llosa protagonizó en setiembre su último episodio público cuando renunció a dirigir el museo de la Memoria dedicado a los 70.000 muertos de la guerra interna contra la guerrilla maoí­sta de Sendero Luminoso.

Su decisión -que tuvo gran eco- fue en protesta por una ley que se promulgó en favor de militares violadores de derechos humanos. Pocas horas después de la carta del escritor, la ley fue derogada.