Vana arrogancia de los legisladores: Tomás Garrido Canabal


Luis-Fernandez-Molina_

Quienes emiten las leyes, ya sean dictadores o legisladores, se obnubilan creyendo que sus poderes son ilimitados. Creen manipular la sociedad ignorando las innumerables fuerzas que la van troquelando. En tiempos de Ubico, en el estado mexicano de Tabasco (colindante con Petén) gobernaba un personaje muy peculiar y controversial, don Tomás Carrillo Canabal –el Tigrillo–. Supo hacerse un espacio político en medio del torbellino que agitaba México tras la Revolución y de la guerra de los Cristeros aprovechándose de la sombra de Álvaro Obregón y sobre todo de Plutarco Elías Calles, quien lo nombró Gobernador de Tabasco en 1923.

Luis Fernández Molina


Tabasco es un estado pequeño, sin grandes riquezas que entonces estaba alejado; por eso tuvo campo abierto para sus arbitrariedades. Entre sus primeras decisiones fue decretar que “en el Estado de Tabasco Dios no existe”. Así, de un plumazo declaró la supresión del Creador. Incautó y destruyó objetos de culto y al ya no ser necesarios los obispos y curas, los persiguió y expulsó; ocupó las iglesias algunas las convirtió en escuelas y salones comunales y otras, ya demolidas, en canchas deportivas. Luego ordenó que se cambiaran los nombres de las calles que tuvieran nombres de santos o de sacerdotes al igual que las denominaciones de los pueblos; ni en los cementerios se permitieron cruces. Claramente estaba decidido a erradicar la religión en el estado que manejaba como si fuera su finca particular.

Prohibió el bautizo de los niños (de todos modos ¿quién lo iba a hacer?) y decretó que no se inscribiera ningún nombre cristiano. Sus hijos se llamaban Lucifer, Zoila Libertad y Lenín. Claro, era un exaltado socialista. Tenía a su servicio un grupo de jóvenes fanáticos denominados los “camisas rojas”, una mala copia de los camisas negras y pardas de Mussolini y Hitler, a quienes preguntaba todos los días al ingresar a su despacho, cual contraseña: “¿Hay Dios?” y sus pretorianos debían gritar: “¡No, nunca lo hubo!”

En una visita presidencial Cárdenas quedó impresionado por esa utopía que se llamaba Tabasco –“el Laboratorio de la Revolución” –y por lo mismo en 1934 lo nombró como Secretario de Agricultura y Fomento, desde este puesto de proyección nacional, trató de “tabasqueñizar” toda la República impulsando sus ideas básicas: educación, antireligión y reivindicación socialista. En lo religioso tuvo mucha oposición, pero en lo último logró imponer la enseñanza obligatoria del socialismo en la escuelas públicas y también privadas (muchas de éstas cerraron en protesta). Cuando Plutarco Calles fue derrocado, el poder de Garrido empezó a menguar y su salud se deterioraba por un cáncer múltiple en los huesos y “el enemigo personal de Dios” (como consignaba en sus tarjetas de presentación), se exilió en Costa Rica y murió en Los Ángeles en 1943. Podía Dios estar tranquilo…

Garrido quiso cambiar el ritmo de Tabasco por medio de su férrea voluntad. Tuvo algunos aspectos positivos como impulsar la educación, combatir el alcoholismo (decretó la ley seca y ordenaba encarcelar y golpear a los ebrios y en último caso expulsarlos del estado) y los juegos de azar; impulsó leyes a favor de la liberación de la mujer como lo fue el derecho a voto; fomentó la agricultura y ganadería; organizó a los trabajadores en el esquema de las ligas, aunque en el fondo fue una herramienta de control centralizado. Sin embargo poco queda –aún en su estado– del recuerdo de este gobernante que creyó que podría modificar el devenir de la sociedad por simple voluntad del legislador.