Las manos morenas de mi abuelo revelan una vida de duro trabajo. Manos grandes, ásperas, llenas de callos y venas saltadas. Manos ligadas a un cuerpo y corazón de campesino. De niño en Mataquescuintla aprendió el trabajo en el campo. A los 15 años migró a la Ciudad de Guatemala y por cuatro décadas, fue repartidor de agua pura embotellada. Como asalariado de la pujante industria guatemalteca cargó cientos de miles de garrafones, inicialmente fabricados de pesado vidrio, ¿recuerda usted?, posteriormente renovados por el dios plástico ahora omnipresente y omnicontaminante. Sin embargo siempre que pudo buscó desde inicios de cada año, un terrenito en el cual sembrar al menos una cuerda de milpa. Allí por abril iniciaba a limpiar el pequeño terreno y con las primeras lluvias se unía en un rito de armonía hombre y naturaleza con millones de familias campesinas en toda la región mesoamericana, transmitido de generación en generación. Sembraba maíz, frijol, ayotes, chiltepes y gí¼isquiles.
Cada octubre y noviembre nos convocaba a toda la familia la fiesta de la cosecha de maíz. Abuelo, papá, mamá y hermanos con costales en mano bajábamos al barranco de la Colonia Bethania, a recoger el fruto de la semilla que el abuelo Chilo sembró y cuidó con esfuerzo y cariño. Y luego la congregación de una docena de primos y primas, tíos y tías que en retozo desgranábamos las mazorcas de maíz sazón, mientras comíamos elotes cocidos y ayote en dulce ¿Tiene usted algún recuerdo ligado a la siembra, cultivo o consumo de maíz? Las probabilidades son muy altas.
Para mi abuelito dejar de sembrar milpa significó dejar parte importante de su vida y relación con el mundo. Entristeció su corazón. Diez años después, siendo aún muy activo, estoy seguro que añora su actividad campesina. Dejó de bajar al barranco por múltiples razones, principalmente porque cada vez había más presión sobre el pedazo de tierra sobre la pendiente en que sembraba. Muchos campesinos y campesinas en el área rural del país, por otras razones estructurales, también dejaron de producir granos básicos en las últimas dos décadas. Desaparecieron casi por completo los sembradores de trigo, disminuyeron considerablemente los campesinos arroceros y muchos pequeños productores de maíz no lograron sobrevivir a la importación de maíz subsidiado que vino de Estados Unidos a precios muy por debajo de los costos de producción. El Estado eliminó paulatinamente el porcentaje de aranceles a estas importaciones, redujo el papel de sus instituciones e hizo vulnerables a los productores nacionales.
Por todos los sucesos recientes a nivel global relacionados con el calentamiento global y la crisis financiera y alimentaria, es necesario que nuestra sociedad india y mestiza que comparte una identidad alrededor del maíz y la milpa recupere el valor que tienen estos productos para nuestra vida y apoye la producción nacional de los mismos. Producción en manos campesinas que proporcione seguridad y soberanía alimentaria al país y que no deteriore más el ambiente natural en el que vivimos. Por ello la necesidad de políticas públicas adecuadas a estos dos principios. El presupuesto nacional en los próximos años debe incluir importantes recursos para reconstruir la Institucionalidad Pública Agropecuaria, ahora tan necesaria.
Los granos básicos son un asunto de economía y de cultura. Los granos básicos son un asunto de vida. Por ello vamos a apoyar la producción nacional campesina de granos básicos. ¡Vamos al Grano, Guatemala en manos de todas y todos!