¿Vale la pena?


«No hay quien los comprenda». Al menos esa es la impresión de muchas personas que les ha tocado ver de frente la cara huesuda de la muerte, en ese peregrinaje tormentoso hacia Estados Unidos.

Eswin Quiñónez
eswinq@lahora.com.gt

El otro dí­a, un coyote retirado me confesaba las situaciones que vio cuando viajaba mes a mes con entre 10 y 20 mojados por todo México. Rubio y de baja estatura, este pollero jubilado y que era conocido en el mundo de la coyoterí­a como «Perico», asegura que en ese éxodo se llega a conocer el lado más í­ntimo del ser humano: tristezas, melancolí­as, miedo, angustia, soledad, ira, que convergen en una sola receta para darle vida a otros nuevos sentimientos como la solidaridad, la fortaleza y las ganas de luchar por aquello que han dejado atrás.

«Perico» es un coyote arrepentido, que aunque asegura nunca haber abusado de sus clientes, confiesa que veí­a cómo sus colegas trataban a los migrantes aprovechándose de su condición de vulnerabilidad.

Cuenta, por ejemplo, la forma en que condicionaban a las mujeres (entre más guapas, mejor), para entregarse sexualmente a sus guí­as si querí­an continuar el trayecto, y de negarse a tal requerimiento las golpeaban y las abandonaban en el camino. O, los hombres eran sometidos a otro tipo de abusos, explotándolos o entregándolos a redes criminales que pululan en toda la travesí­a.

Los migrantes, al nomás cruzar la frontera de su paí­s, quedan sin protección, encomendados en manos de estos personajes astutos que no siempre se convierten en la mejor compañí­a.

Para sobrevivir, dice «Perico», hay que ser pí­caro, lo que no saben los migrantes es que tanto ellos como los coyotes son vulnerables a ser capturados en igualdad de condiciones, la ventaja que tienen los coyotes es que conocen los caminos y todos los contactos para movilizarse con astucia por el territorio mexicano.

Hay personas que perecen en el camino, ví­ctimas de un sinnúmero de tropiezos, y no queda otra que dejarlos para que los encuentren dí­as después la policí­a migratoria. A «Perico» nunca le tocó ver que uno de sus clientes muriera, pero habí­a grupos en los que más de algún fatigado migrante quedaba tendido en los accidentados terrenos montañosos.

A todo esto, hay que preguntarse si vale la pena llegar a ese extremo de entregarse a una aventura tan injusta para encontrar una vida más digna. «La necesidad, amigo, la maldita necesidad», responde «Perico». La puta necesidad de comer, de ver crecer con bienestar a las crí­as, de darles a los padres una vida más digna. La puta incapacidad de encontrar eso, en este paí­s.

Los coyotes son personajes complejos y son responsables, en muchas ocasiones de las calamidades de los migrantes, encuentran un negocio rentable aprovechándose de los aprietos de las personas que buscan su sueño, pero también tienen historias que contar. «Perico», es uno de esos que, arrepentidos, confí­an que su experiencia sirva para transmitirle a quienes se ven en la disyuntiva de abandonar el paí­s, que no lo piensen tanto y que no lo intenten. El riesgo no cuenta. Porque, ¿Vale la pena morir por eso?