Vacíos y abusos de poder


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Hoy no me referiré al vacío de poder que se manifiesta cuando hace falta en alguna institución el liderazgo para administrar, planificar y ejecutar las acciones afines a sus objetivos.

Fernando Mollinedo


El vacío de poder personal de los actuales funcionarios públicos, así como los de administraciones pasadas, al estar en el pleno ejercicio del poder, cambiando su forma de hablar, modales, gestos y gustos en el vestir, pretendiendo aparentar su pertenencia a un estrato económico al cual, hasta ahora, han tenido acceso, es restarse el poder de ser uno mismo.

Ese vacío de poder personal natural, los va transformando ante la opinión pública en personajes vacíos a quienes no se les cree lo que manifiestan en sus declaraciones; por el hecho de no comportarse de manera normal, pues les resta credibilidad en su actuar ante la sociedad.

La partidocracia se sigue sirviendo con la cuchara  grande con la reforma política, lo hace entregando los recursos de la Nación; podrán seguir con sus negocios ilícitos,  pero bullen los paros, plantones y protestas en las carreteras, calles de las ciudades, en el campo y las plazas de este país.

¿Por qué la situación  anterior? Sencillo: porque las cúpulas políticas, que hablan a nombre de quienes no representan, rehúyen el pacto más básico, que debería ser la piedra angular de un gran acuerdo nacional para reconocer y hacer efectivo el verdadero valor de la fuerza de trabajo por medio del salario mínimo que reivindique a los trabajadores urbanos y el precio de sus  productos a los hombres y mujeres del campo.

Es la misma canción de la protesta rural en todo el país. Los campesinos piden que se respete la única ley natural que no se puede reformar y que consiste en el respeto al uso de la madre tierra; a ellos se les aplica en forma indiscriminada con todo rigor la represión policial y del ejército.

Por el contrario, el precio de los fertilizantes, agroquímicos, combustibles y alimentos sigue aumentando; los personeros de los diferentes gobiernos argumentan que se debe al ascenso del precio del petróleo en los mercados internacionales, a la sequía, inundaciones; pésima cosecha en el país.  Así son las leyes del mercado, dicen. Sin embargo, esas poderosas e ineluctables leyes no se aplican por parejo, porque las autoridades gubernamentales no tocan en lo más mínimo la política agroalimentaria y de comercio internacional, cuya inercia la hace ver como si estuviéramos en el vigésimo quinto año del gobierno de Arzú, es decir, peor de lo mismo.

Sigue vigente el pretexto de la crisis internacional, para importar alimentos básicos e insumos sin cuotas ni aranceles provenientes  de cualquier país y las  empresas oligopólicas siguen importando medicinas de donde se les pega la gana y de donde pueden obtener más ganancias: de Brasil, Sudáfrica o la India… Si Irán o Corea del Norte lo tuvieran, de ahí lo traerían porque lucro mata ideología.

Vacíos estructurales y personales de poder por parte del Gobierno: en la fijación de precios, control de importaciones,  compra de granos para regular el mercado,  falta de control de  la especulación y omisión de constituir una reserva de alimentos básicos  y de calidad para el pueblo; eso se perdió con la venta de los silos de Indeca.

Esos vacíos de Estado, ese desdén por fortalecer a los grupos sociales, esas graves fallas regulatorias, propician el desarrollo de una clase parasitaria, o sea ese puñado de empresas plutócratas que controlan el mercado y no han sido capaces de actuar en beneficio de la población contribuyendo a la grave crisis de seguridad humana que sufrimos ya por décadas. Seguir por ese camino es alimentar más que las violencias.