El hambre y los casos de desnutrición infantil aguda que se han reportado en las últimas tres semanas de forma cuantiosa por medios de comunicación radiales, televisivos y escritos, tienen su origen inmediato en el déficit de alimentos básicos debido a las insuficientes cosechas obtenidas en diversas regiones del país el año pasado. Se esperaba que la cosecha de maíz de 2009 a obtenerse en estos meses de agosto y septiembre aliviaría la carestía de reservas familiares, sin embargo los efectos directos del cambio climático extendieron el período seco. Se ausentó la lluvia más de lo soportable por las plantas y como dicen en algunas comunidades «las plantas de maíz se sazonaron antes de tiempo y la mazorca no cargó».
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La situación es complicada ahora, pero podría serlo mucho más si no tomamos como sociedad las medidas correctas a tiempo. En casos de estricta emergencia es preciso reconocer que la entrega gubernamental de bolsas alimentarias o las campañas de empresas y medios de comunicación para recoger víveres, son acciones pertinentes. Pero de la misma manera que se le crítica al gobierno centrar sus políticas en la entrega de remesas o bolsas solidarias, de la misma forma hay que señalar que la sociedad guatemalteca no puede responder a las emergencias alimentarias del área rural sólo con campañas de caridad.
Los signos de desnutrición crónica y aguda, pobreza, mortalidad infantil, insuficiencia alimentaria, entre otros, nos dicen que algo está mal en el país. Nos insisten en que algo no funciona desde hace mucho tiempo. Pongamos atención a lo que Olivier De Schutter, Relator Especial de las Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, señaló al finalizar su misión en Guatemala entre el 3 y el 5 de septiembre recién pasados. Se refirió entre otras cosas a «las marcadas desigualdades existentes en el acceso a la tierra» y planteó que dentro de la Política Nacional de Desarrollo Rural, aprobada por el gobierno en mayo de 2009 hay elementos importantes referidos a limitar la excesiva concentración de la propiedad de la tierra. Relacionado con esto el antropólogo, Maximo Ba Tiul, profesor de la Universidad Rafael Landívar, asegura que soberanía y seguridad alimentaria están relacionadas necesariamente con Reforma Agraria Integral.
Otra de las conclusiones preliminares del Relator fue relativa a la necesidad de «la reactivación de las reservas alimentarias locales, con miras a garantizar una justa remuneración a los pequeños productores a la hora de vender sus cosechas en temporada y para liberar las existencias fuera de temporada, con lo cual se reduciría la volatilidad de precios de los productos básicos alimentarios». Para el Instituto de Estudios Agrarios y Rurales, IDEAR, es urgente la construcción y mantenimientos de silos ubicados estratégicamente y la creación de un Instituto Nacional de Abastecimiento Alimentario con programas de compra-venta pública de granos básicos.
En el libro Génesis del Antiguo Testamento bíblico se cuenta de un sueño faraónico sobre siete vacas gordas que son tragadas por siete vacas flacas. Una visión alegórica a tiempos de abundancia y escasez alimentaria. La medida del sabio faraón, luego de los consejos de José, hijo de Jacob, fue estimular la producción y la creación de reservas estratégicas. Tanto el consejo bíblico, como las recomendaciones del Relator de Naciones Unidas, las múltiples voces campesinas y de centros de estudio, orientan la única vía posible para detener a mediano y largo plazo la crisis alimentaria nacional y mundial: democratizar el uso de la tierra para la producción alimentaria, crear reservas públicas de alimentos y construir soberanía alimentaria.