«Cuento de Hadas»
Dedicado a: Pily Obstaele Mombiela
En un lugar muy bello vivía una princesa, la que por ser hija única sus padres la colmaban de sólo cosas lindas que la hicieran gozar en gran manera, lo que más le gustaba a la princesa era la casa de muñecas tamaño natural o sea lo suficientemente grande para que ella pudiera jugar con sus amigos y sus numerosos juguetes, en un gran anaquel adosado a la pared de ese cuarto, en el que las muñecas y los ositos de peluche la esperaban ansiosos de jugar con ella; en otro lado de la habitación había una librera llena de libritos de colores con historias de duendecillos, hadas y animalitos encantados; aquí pasaba la princesa muchas horas y al cansarse se recostaba en una camita con muchos cojines en la que sólo ella cabía. Solía despertarse cuando llegaban unos olores deliciosos que venían de la gran cocina del palacio, entonces corría presurosa al comedor donde un paje ponía en un bello plato de porcelana adornado con florecitas unas grandes hojuelas bañadas con miel de caña y abeja según el gusto de la princesa y como complemento una jarra de cristal con un delicioso refresco.
Para las vacaciones escolares llegaban al palacio varios parientes entre ellos dos bellas niñas llamadas una Roland y otra Ester y dos jovencitos Carlos y Mario, con los que la princesa jugaba, ya fueran cartas, dominó, Luisa, prendas o bien tuero.
El palacio tenía un corredor anchísimo al lado poniente con muchas mesas y sillas donde la princesa y sus amigos se ponían a jugar en especial por las tardes. El corredor tenia una bellísima vista desde la que se podían contemplar los terrenos del palacio todos cultivados con cafetales y cañales cuyas hojas brillaban como una gran esmeralda a la luz de los rayos del sol que lentamente se iba ocultando como un gran plato de oro produciendo celajes multicolores.
En este ambiente tan hermoso, gozando de juegos y manjares deliciosos surgió el amor de parte de uno de los amigos por la princesa a la que le confesó el afecto que sentía por ella y la princesa le correspondió muy bellamente, lo que hacía que el tiempo pasara sin darse cuenta y así pasaron muchos días hasta que las vacaciones llegaron a su fin y tanto la princesa como sus amigos tuvieron que regresar cada uno a su respectivo Colegio, quedando sólo la tristeza y la esperanza de volver el año siguiente. El jovencito enamorado de la princesa sufrió mucho y su afecto permaneció en su recuerdo por mucho tiempo atesorando como algo muy bello y sin comparación el romance con la princesa y su deliciosa estancia en ese hermoso palacio.