¡Esto ya no es vida! Pero… aquí nos tocó vivir, esperemos que todo cambie el próximo año, así lo quiso Dios, son referentes comunes de la protesta y desilusión de quienes en realidad ya no viven, pues están sobreviviendo en esta época de carestía de la vida y empobrecimiento.
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Pareciera que la paz, la posibilidad de transitar, de trabajar, de forjarse el presente y el futuro en calma, solo depende del buen accionar de las autoridades públicas; ¡Claro que sí! Pero también está la posibilidad que cada una de las personas se relacione con quienes pertenecen a otra iglesia, a otro partido, a otra ideología o que sean de alguna forma diferentes.
Pasar por el diálogo y la tolerancia, por el respeto y la promoción de los derechos y libertades, son valores que debemos practicar y no dejarnos seducir por descalificar o estigmatizar a personas diferentes a nosotros, que parecen ser el deporte nacional.
Frente a la desesperanza de ver la forma en que los políticos se hacen millonarios a costa de los impuestos de la población, mientras crece el número de guatemaltecos en la pobreza, sin empleo o en la informalidad, el ritmo angustioso del hambre cuya sombra de hambruna oscurece el cielo no solo en el llamado corredor seco, también en la Costa Sur y las Verapaces; no hay esperanza de superar tal situación.
La indolencia institucional ante los problemas del sector campesino y obrero corroboró que no hubo tales de la cacaraqueada inclusión maya y mucho menos la voluntad política para resolver los problemas agrarios, lo cual alienta a las cámaras organizadas de la oligarquía para seguir en la explotación –sin freno– del hombre por el hombre y hace que permanezcan vivos los fundamentos de la insubordinación social que durante más de treinta y seis años vivimos.
Utopía y esperanza son posibles porque las mujeres sostienen la vida de todas las formas posibles con amor y estoicismo; porque siguen las fiestas, los matrimonios, los rezos, porque cada cruce de calles se llena cada día de personas que esperan y necesitan algo mejor, y en los hospitales, oficinas y escuelas sigue habiendo encuentro y diálogo, porque la Historia de Guatemala no se construye sólo en oficinas y congresos en hoteles; sino en los gozos, esfuerzos y sufrimientos que cada día se dan de tantas formas en cada una de sus calles, sus parcelas, sus aldeas y sus rincones.
¿Posibilidad, de seguir en esta vida con el mismo ritmo y con la misma tonalidad? ¿A cuántos millones de personas les tocará enfrentar de nuevo esa posibilidad? ¿Podremos confiar en los futuros funcionarios y empleados del Estado? ¿Existirá la posibilidad que cambien de actitudes para trabajar con valores morales y éticos y dejen atrás la furia canina?
Utopía, para algunos, esperanza para muchos y posibilidad de cambio conductual, lo esperado por la mayoría para beneficio de la población.