La inseguridad que vivimos en Guatemala nos afecta desde cualquier punto de vista que se vea: personal, social, moral, económicamente. Es una plaga que nos azota y es tan mortal como Agatha o Mitch.  Más devastador que terremotos, peor que la abertura de hoyos en diferentes puntos del país. Mientras sigamos así, continuaremos postrados, aniquilados, sin podernos levantar.
¿Cómo podemos construir un país en la zozobra? Así es como vivimos. Dese cuenta. ¿De qué conversamos en las cantinas, las universidades, iglesias y hasta en las reuniones familiares? De robos, secuestros, sobornos, chantajes, compra de abogados, muertos, extorsiones, tráfico de drogas… Ese es el pan nuestro de cada día. Nuestros hijos ya saben que deben estar alertas, no confiar en nadie y sospechar de todos. Vivimos bajo el signo de la supervivencia.
Nos comemos las uñas esperando el día fatal de la bala perdida, la llamada anónima, el secuestro del hijo o el robo del carro. ¿Sociedad feliz? Imposible en tales circunstancias. La inseguridad se roba, incluso, nuestras ilusiones. Salir de paseo, caminar en la calle, tomarse un café, ir de parranda, parece un desafío de alto nivel, casi una actividad heroica y a veces imprudente, temeraria. Lo propio es esconderse en casa y no sacar las narices, evitar pelear con el vecino y darle la razón siempre al que recoge la basura, a la muchacha. En Guatemala no se puede discutir con nadie.
¿Poner un negocio? ¿Cómo? No pasará mucho tiempo sin que lleguen puntuales los muchachos de caricatura en la piel. Extorsión es la palabra de moda. Que quinientos, mil, tres o cinco mil quetzales. Los jóvenes calculan a vuelo de pájaro, sin medidas objetivas, confiados en su olfato, la vista y la información que consiguen por medio de los chismosos o imprudentes que revelan datos. ¿Con qué ánimos la inventiva se pone a funcionar en Guatemala?
Las maras han recibido cursos de persuasión. Como no se pague queman buses con todo y tripulantes, como en El Salvador, parecido a Guatemala, semejante a Honduras. Los delincuentes saben cómo convencer, intuyen fórmulas y son disciplinados en la búsqueda de la excelencia. Saben que la sociedad tiembla con un par de muertos, una decena o centenas. Los grupos humanos no son tan fuertes como parecen, tarde o temprano ceden y pagan la cuota exigida.Â
 En un país así lo sorprendente es que todavía vengan turistas. Con lo fácil que es quemar y linchar holandeses y japoneses. Sin lo complicado que representa balear a salvadoreños, nicaragí¼enses y hondureños. Aquí la vida no vale nada, pero afortunadamente hay aún valientes que vienen en busca de conocimiento, aventura y opción estética o exótica.  Hay que felicitarlos por el riesgo que se toman o regañarlos por una temeridad digna de irresponsables.
Vivimos mal y el gobierno tiene una agenda en el tema de seguridad de alto rango. Con suerte, el presidente ílvaro Colom, dice que el país ha progresado y luego de estos cuatro años un país mejor vamos a recibir. Estamos tan mal y urgidos de esperanza que aunque la razón nos diga lo contrario, abrigamos una ilusión minúscula. Pero lástima que de ilusiones no se viva.