Basta con leer los periódicos, encender el televisor o conversar con un vecino, para llegar siempre a la misma conclusión, Guatemala necesita cambiar. Entonces la pregunta del millón resulta ser si los guatemaltecos tenemos la capacidad para provocar ese cambio. ¿Será que realmente la tenemos? Dentro de nuestra sociedad pareciera que existe demasiada timidez para que los guatemaltecos nos sentemos desde ya a discutir para pronto iniciar esa inducción al cambio que tanto necesitamos. Esto resulta fundamental para el futuro del país, pues está claro que Guatemala no puede continuar en las circunstancias en que se encuentra sometida y el camino nos lo indica nuestra propia experiencia, pues ya hemos visto que el modelo político que nos impuso la última Constitución lejos de acercarnos al bienestar y al desarrollo, pareciera que cada día nos empuja más al despeñadero.
Una de las cosas que no me explico es, ¿por qué nos cuesta tanto a los guatemaltecos aceptar nuestros errores y entender que si no renovamos el sistema político actual seguiremos hundiéndonos en este mar de inmundicia que sólo puede asegurarnos más de lo mismo?, pobreza, violencia e ignorancia. Ya lo dijo Einstein, no se pueden esperar mejores resultados haciendo lo mismo.
En Guatemala ya nadie se atreve a vaticinar cuando vamos a salir de esta crisis, que más de orden político y social yo la veo de orden moral. O por lo menos ahí está el origen de todos nuestros males. De lo que estamos conscientes la mayoría es que el país tiene que ser reconstruido desde su raíz, sólo hay que ver cómo nuestras instituciones están ya colapsadas, sobretodo con este sistema de justicia reducido a su mínima expresión y con la impunidad y la inseguridad instituidas y arraigadas de manera inamovible. También es importante ser realistas, comprendiendo que no van a ser las medidas aisladas las que nos van a llevar al bienestar y a esa paz social que tanto necesitamos en el país, todos nuestros males, incluyendo la violencia, sólo pueden combatirse con un proyecto de nación.
Al país no le queda otra alternativa que renovarse, pues si queremos cambiar como sociedad tenemos que empezar por desprostituir nuestras instituciones.
Si queremos que las funciones de los tres poderes le den una adecuada atención a los ciudadanos, definitivamente necesitamos redefinir las estructuras del Estado y aquí no hay de otra, tanto al Ejecutivo como al Legislativo y Judicial es necesario levantarlos de los tobillos y sacudirlos «patas arriba» para que salgan todas esas lacras que se encuentran enquistadas en todos sus estamentos. Pero esto es un proceso, por eso es que el próximo gobierno sería el de transición, será al que le toque sentar las bases para aspirar con fundamento a un mejor futuro, iniciando desde el 14 de enero todas aquellas medidas que permitan la eficiencia y transparencia en todo el marco institucional del país. Entendámoslo, no existe otro camino para alcanzar el desarrollo, si no nos renovamos estamos condenados a seguir en el fracaso, pero con problemas en mayores dimensiones, es decir, más pobreza, más violencia e ignorancia.